martes, 8 de diciembre de 2015

El Galeón San José: el tesoro del explotado

Desde que el presidente Santos confirmara el descubrimiento del San José, galeón cargado de oro, plata y piedras preciosas, se han manifestado sensaciones de curiosidad, de expectativa y hasta de codicia y sueños sobre qué hacer con este tesoro.

Solo pasaron unas cuantas horas para que el Gobierno español anunciara que solicitará a Colombia “información precisa” sobre el hallazgo, lo cual ya deja muy mala espina sobre las verdaderas intenciones del país europeo, ya incluso se habla de "negociación". También, gracias a los medios, se han divulgado información sobre los intereses que existen, como la de SSA (Sea Search Armada), quien tiene una demanda al Estado colombiano por 27 mil millones de pesos, y que incluso podría desatarse a futuro con Nicaragua un posible conflicto de intereses debido a la frontera marítima en disputa con dicho país.

Pensar en tesoros, soñar con tesoros enterrados en remotas islas o sumergidos en el Caribe, ha alimentado la imaginación de millones en el mundo, no por algo La Isla del Tesoro, la primera novela exitosa de Robert Luis Stevenson, publicada en 1881, siguen siendo tan emocionante como en el pasado. Sencillamente el afán de la aventura premiada por un tesoro de incalculable valor es algo demasiado atractivo en un mundo dominado por la monotonía, la pobreza y la injusticia.

Sin embargo, el tesoro transportado por el Galeón San José tiene elementos aventureros menos dignos: venía del Virreinato del Perú y esto es clave.

El Virreinato del Perú (Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, parte de Argentina y de Chile), junto al de Nueva España (México, gran parte de Estados Unidos, Centroamérica, Cuba, República Dominicana, Trinidad y Tobago) eran los más importantes territorios coloniales generadores de recursos para el Imperio Español. La principal fuente de recursos del Virreinato del Perú era la minería y extracción de riquezas del exterminado Imperio Inca.Y con ello también el establecimiento de la maquinaria colonial: la mita y la encomienda, los cuales básicamente subordinaban a la población originaria a trabajar en condiciones insostenibles y pagar deudas que incluso de perpetuaban por generaciones.

Se calcula que en el mar Caribe puede haber más de 1200 naufragios, muchos de ellos con cargamentos de oro, plata y demás tesoros. Todos y cada uno de aquellos naufragios proceden de la época colonial, y por consiguiente arrastran la misma mancha de sangre y afrenta. Por eso el debate del qué hacer con ello se convierte en un tema importante para el reparamiento de las heridas y marcas de dicha época, todavía hoy vigentes.

Las posibilidades son varias y muy complejas. Si los naufragios se consideran patrimonio, ¿se puede vender un patrimonio? Si se vende, ¿cómo sería el procedimiento?, ¿qué se haría con los recursos? ¿Podría considerarse como patrimonios de la nación y aun así hacer que generen recursos, tal vez con el turismo y la exhibición local e internacional?, ¿cómo distribuir dichos recursos?, ¿qué papel cumplirían los actores descendientes en el papel de la distribución?

Hasta la misma forma de preservación de este patrimonio, ya sea con la extracción del material o la conservación in situ, se vislumbra compleja. Por eso es importante que el papel de la academia, en conjunción con la Armada Nacional, para el tratamiento de los restos.La cuestión dicta de tantas posibilidades que incluso pueden conformarse debates desde el punto jurídico (del cual ya se comenzó hace décadas), patrimonial, cultural y hasta turístico. Aun así, las distintas posibilidades no deberían perder el punto de vista del origen de estos pecios.

Y en esa medida, los recursos económicos y culturales que generara el Galeón San José, al igual que los demás naufragios, deberían tener como protagonistas a los descendientes afroamericanos e indígenas en situación vulnerable. Este tesoro es fruto de una dinámica colonial despreciable, en una época en que el continente era gobernado por una élite que se pretendía superior racial y culturalmente, en la que millones de seres humanos fueron desplazados, esclavizados, expropiados y muertos en sus territorios, en su cultura y hasta en su lengua.

Este tesoro  está manchado en sangre y el lavarlo es una responsabilidad histórica para remendar los errores comentados, errores que aunque en parte ya muchos no vemos como nuestros, siguen teniendo consecuencias en el presente ¿O es que acaso todavía no mueren los niños wayúu de hambre? ¿Acaso las comunidades afro e indígenas en todo el continente no siguen teniendo las tasas de mortandad infantil, pobreza y desigualdad económica más altas en comparación con el resto de la población? ¿No sería justo que se pensara en un órgano transnacional latinoamericano que se encargara de administrar y velar por una justa distribución cultural y económica de los tesoros y riquezas obtenidas en la colonia?

Como tal, puede que jurídicamente el Galeón San José pertenezca al Estado colombiano, pero moralmente seria cuestionable utilizar los beneficios sin que incluya a los descendientes que siguen sufriendo las consecuencias coloniales. Tal vez con este tipo de acciones empecemos a demostrar que somos mejores que las generaciones pasadas.


martes, 15 de septiembre de 2015

Pecados

Un provocador baile de sombras: formas desatadas por el sol en su cíclico camino hacia las montañas. En lo más alto, el verdadero señor de estas tierras confirma su soberanía: el Castillo del Primer Amanecer.

El pecador –sabiendo que no hay vuelta atrás– observa lo prohibido; lo que hecho por el hombre, no le pertenece. No puede apartar la mirada sacrílega. Después de todo, lo divino existe para su profanación. Se dice: el mismo lugar es un monumento para ello.

(Una de las muchas leyendas dice que el arquitecto, ambicionando construir una obra que sobrepasara las obras venideras –tanto de hombres como de dioses– fue castigado con la muerte de sus tres hijos durante la construcción. Como el granito y el mármol, los tres hacen parte de la sólida maravilla y de la tristeza del lugar).

El pecador lo sabe: una era terminará. La eternidad es una maldición que está dispuesto a sobrellevar si con ello cumple el destino propuesto. Lo demonios del pasado son demasiado grandes como para no perseguir la redención. Y aún así, el cuerpo tiembla, no por el helado paisaje, sino por el horror del recuerdo. No hay maldición más grande que la buena memoria de los hombres justos. 














Templo del Sol en Konark, India (Wikipedia)

lunes, 20 de julio de 2015

Negro hijo de puta

Cuando le dices a alguien “negro hijo de puta”, estás siendo racista.
Los últimos acontecimientos en Cartagena: a raíz de un accidente de tránsito, en los que una mujer se refiere a un taxista como “negro hijo de puta”, “negro malparido”, “negro bobo”, han despertado comentarios a favor y en contra del taxista y la conductora.

Escribo estas líneas porque veo que el enfoque de la discusión se tergiversa, se altera, confunde el lugar al que debe ir.
Hay hechos:
1)      El transporte en la ciudad es una mierda. Y los taxistas, como actores, contribuyen altamente a que así sea. Pero no son los únicos.
2)      La mayoría de la población cartagenera es afrodescendiente.
3)      La sociedad cartagenera es racista.

El insulto es una forma de comunicación, llámese un mensaje con la intención de lastimar, denigrar o afectar negativamente al receptor. Pero el lenguaje es ideológico. Los actos de comunicación (verbales, escritos, artísticos, etc.) hacen parte de un imaginario de ideas que un individuo (dentro de la sociedad) tiene sobre la realidad. Y en esa línea, el insulto, como acto comunicativo, es también ideológico.

En la sociedad convergen diferentes tipos de ideologías: hay quienes están en contra y a favor del aborto, del matrimonio tradicional o Lgtb, quienes están a favor del diálogo con las Farc o no, quienes les interesa un partido político o no. Ahí está operando la ideología. A cada rato divide o une individuos. Incluso los mata.

Ya comentaba un amigo: “¿Ella lo insulta por “taxista” o por “negro”? Las dos cosas no son lo mismo. Debió decidir que le molestaba más de él.” Comentario excepcional y al punto, porque apunta al meollo del asunto.

Ningún grupo social ha sido más discriminado en la historia que aquellos que nombrados con el lenguaje de los colonizadores europeos; se les ha etiquetados como “negros” o “indios” (nativos americanos). La colonización americana causó millones de muertos en nuestro continente, pero también la diáspora forzada de otros millones de un lado al otro del Atlántico.

Siglos de esclavitud, siglos de destrucción sistemática de los tejidos sociales, religiosos y culturales –siglos de construcción ideológica a través de la educación, de la literatura y de las ciencias occidentales– construyeron prejuicios que señalaban a indígenas y afrodescendientes como sujetos sin cultura, sin identidad, sin ciencia, sin arte, sin vida.

Todo esto ya debatido, estudiado y demostrado a través de las ciencias (sociales y naturales) –genéticamente no hay diferencia de inferioridad ni superioridad, y si se debe hablar de raza, sería más bien la raza humana– debería ser suficiente para cuestiones tan comunes (y justificadas muchas veces) como el acto de insultar.

En el insulto juegan tres actores: el insultante, el insultado y los testigos, que celebran o critican. Me temo que en esta ocasión sólo hay insultados: una vez más se demostró lo colonialistas que somos. Como cuando no dejamos entrar a alguien a una discoteca, porque tiene un color de piel oscuro, o cuando echamos a raperos de San Diego, porque “no tienen presencia”. Y todo esto muy irónicamente perfecto por estas fechas de Independencia nacional, sea lo que sea que eso signifique.



jueves, 2 de julio de 2015

El Zahir colombiano

Borges –el inagotable Borges–  escribe en 1947 un cuento titulado El Zahir. En éste explora la terrorífica inquietud sobre qué pasaría si algo –cualquier objeto– se tornara inolvidable.

En el relato se dice que el Zahir: “… en árabe, quiere decir ‘notorio’, ‘visible’; en tal sentido, es uno de los noventa y nueve nombres de Dios; la plebe, en tierras musulmanas, lo dice de ‘los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente’ ”. El Zahir puede ser cualquier cosa: un tigre o un ciego que fue lapidado por serlo, un astrolabio o una brújula, una veta en el mármol...

El narrador-protagonista, que al igual que en otros cuentos se llama Borges, se encuentra con un zahir representado en una moneda de poco valor. Como esta moneda va ocupando sus pensamientos, su identidad y su ser gradualmente van siendo consumidos.

La idea del zahir es terrible; no obstante, presente, vivencial. Colombia, el país al que muchas veces se acusa de falta de memoria, pareciera que no quisiera olvidar lo que es vivir con la violencia.
Masacre en Colombia (2000), por Fernando Botero


En tiempos en que se cuestiona el Proceso de Paz, cuando los ataques de parte y parte se recrudecen, cuando las vidas de combatientes, civiles, jóvenes, viejos, niños, campesinos, ciudadanos, inocentes, culpables, son consumidas, la creencia, el ambiente, es de resignación a la violencia y en la violencia.

Violencia para restaurar la confianza inversionista. Violencia para acabarla. Para un mejor país. Para negociar. Para alcanzar la paz. Violencia para frenar la violencia. Violencia por violencia. Y en esa acepción, la violencia como el zahir colombiano.

Uno que, como su propia naturaleza lo describe, consume a quien lo guarda. Se hace presencia inolvidable, no dejando camino hacia otras posibilidades, hacia otra existencia. Violencia que se alimenta de sí misma, sin aparente desfallecimiento. Que, como zahir, amenaza con ser lo único perpetuo en nuestra memoria, en nuestra sociedad.


viernes, 8 de mayo de 2015

El vendedor

Un vendedor ambulante, hombre negro de mediana edad, se sube en la buseta en la que voy y reparte sus dulces en silencio. No dice que no está robando, que tiene  familia que alimentar, que tiene que comer, nada de eso, y aún así, ya los pasajeros lo sabemos. Entrega sus "fruticas", dice el precio de forma casi ininteligible , recoge sus dulces y dinero, se baja.

Entonces recordé a todos los vendedores, casi todos afrodescendientes, y pensé lo que los tenía vendiendo dulces: la falta de educación de calidad, de trabajo bien remunerado, de oportunidades de entrar en un bienestar, en un proyecto humano de ciudad.

Porque los barrios donde se concentra la mayor pobreza y exclusión pertenecen a una mayoría afro. El racismo político, económico y cultural está ahí,  sigue tan presente y silencioso como el vendedor de dulces de hoy.

lunes, 30 de marzo de 2015

Guerras contra el olvido

21 de julio del 356 a. C.

Cuenta Valerio Máximo, en su Libro de hechos y dichos memorables –si bien se cuida de mencionar el nombre del profanador–, que se supo de un hombre que, en el 356 a. C, “había planeado incendiar el templo de Diana en Éfeso, de tal modo que por la destrucción del más bello de los edificios su nombre sería conocido en el mundo entero”.

A pesar de  las prohibiciones de los sucesivos reyes persas, el nombre del desconocido pastor que redujo a cenizas la enorme estructura –considerada una de las siete maravillas del Mundo Antiguo– sería consignado por el historiador griego Teopompo y puede encontrarse actualmente en afirmaciones como “complejo erostrático” o “fama erostrática”, referentes a aquellos que encuentran en la destrucción una forma de perpetuación o inmortalidad por vía negativa.

De las circunstancias íntimas de Eróstrato, no hay demasiada información. Resulta arbitrario incluso hacer corresponder su rostro con las muchas formas que la estatuaria griega nos ha transmitido de atletas y dioses. El escritor Marcel Schwob arriesga: “No se supo quién era su padre. Más tarde Eróstrato declaró que era hijo del fuego. Su cuerpo estaba marcado, bajo la tetilla izquierda, con una media luna que pareció encenderse cuando lo torturaron. (…). Fue colérico y permaneció virgen. Corroían su rostro unas líneas oscuras y el tinte de su piel era negruzco.”

Explosión en una catedral, de Monsú Desiderio 1630


24 de marzo de 2015 d. C.

Un avión tipo Airbus A320-211 de la línea operadora alemana Germanwings, que cubría la ruta Barcelona-Düsseldorf, se estrella en el macizo Estrop, en los Alpes franceses de Provenza. Las causas del siniestro: el copiloto Andreas Lubitz, aprovechando que el piloto ha dejado por unos momentos la cabina, toma los controles e intencionalmente precipita la nave a tierra. El resultado: 150 muertos de 21 ciudadanías. Ningún sobreviviente.

Andreas Lubitz aparece descrito por sus amigos y vecinos como “tranquilo”, “afable” eincluso “divertido”. En las múltiples imágenes que rondan los medios se le ve sonriendo a la cámara, con un fondo de amables paisajes, ejercitándose, en apariencia disfrutando la vida. 28 años. Copiloto. Hombre del “primer mundo”. Blanco. Incluso en los últimos momentos, según registra la caja negra, su respiración se escucha “normal”. Probablemente su rostro estará igual de “tranquilo y “afable” hasta los últimos momentos.

Al parecer, Lubitz sufría de una enfermedad no especificada que habría puesto en riesgo su labor. Declaraciones textuales de su ex novia, revelan, no obstante, un giro inesperado: “Recuerdo que me dijo: ‘un día voy a hacer algo quecambiará todo el sistema y todo el mundo sabrá mi nombre y me recordará’”.

Dioses y hombres

Dos mil años median entre los hechos relatados –invasiones, cruzadas, conquistas trasatlánticas y dos guerras mundiales continúan la línea entre el incendio de Éfeso y el desastre de Germanwings–. Dos acontecimientos históricos que, no obstante, comparten un componente psicológico perturbardor: la persecución de la inmortalidad como escape de la insatisfacción del “yo”. Monumentos, templos, ciudades, tumbas, guerras y rituales no son mayor respuesta a los terrores del olvido que las decisiones tomadas en distintos siglos por dos hombres comunes y corrientes: Lubitz y Eróstrato.

En su relato “La escritura de Dios”, Borges se refiere a cómo el deseo de inmortalidad –algo similar ocurre en su otro cuento sobre inmortales– reduce la valiosa singularidad de la existencia. Diremos: incurre en la pérdida del estremecimiento histórico de haber pertenecido a un tiempo, de haber compartido con los otros.

Eróstrato ofrece a los dioses de la inmortalidad su blasfemia en fuego; Lubitz, 150 almas que no deseaban, a las que todavía no les correspondía morir. Ambos entregan lo que no les pertenece. Paradójico ritual en el que para liberarse del tiempo se busca ser recordado por éste. Una ritualización perversa que no comulga con la ética del tiempo al que pertenece, y donde la inmortalidad resulta a todas luces inhumana, deshumanizadora.

Y es que el ritual sólo es posible gracias al contexto colectivo en el que ocurre. Debe alinearse con el tiempo para poder superarlo; no destruirlo con el propósito de ser evocado por sus ruinas. Un sacrificio humano, en el sentido colectivo, en el sentido arcaico, cuenta con una significación de sutura: una pretensión de comunión con el Todo, con lo Absoluto. No hay afrenta ni impiedad en ello.

La desviación perversa del ritual, sin embargo, se convierte en una desviación de la colectividad. Un triste intento de destruir el propio tiempo histórico –que hace posible el ritual– para alcanzar una inmortalidad que, paradójicamente, vuelve sus ojos a lo que ha destruido. Para que se le recuerde. Para que se le vea. Para que existan “testigos”. No hay, pues, una conexión entre sujeto-sociedad o incluso entre sujeto-sujeto.

En nuestro afán de individualidad, bajo nuestra pretendida imposición de lo personal sobre lo colectivo, este triste evento de Germanwings nos interpela; se convierte en la manifestación máxima, en el lamento de un hombre que no es capaz de enfrentarse al olvido de su propia muerte, ni a la dignidad ritual de un suicidio –piénsese en el suicidio samurái, que se relaciona con el fracaso del individuo respecto al grupo al que pertenece–. Desconexión con el tiempo.

Reconciliarse con el olvido es aceptar que el “yo” no puede desligarse del tiempo. Que otros vendrán. “Who wants to live forever?/ Who wants to live forever?/ Forever is our today/ Who waits forever anyway?

Escrito en conjunto con Roman Saball

miércoles, 25 de marzo de 2015

Guerra Civil


Estamos en guerra civil. No hablo de la obviedad del conflicto armado que ha perdurado gran parte del siglo XX y de lo que va del XXI. Hablo del tipo de violencia que explota cada día en las ciudades. 

Un mototaxista prende fuego a su moto cuando agentes del DATT (Departamento Administrativo de Tránsito y Transporte) lo detienen y descubren la ausencia de papeles. Un joven de veinte años esasesinado con arma de fuego en la terraza de su casa por dos motorizados: todo por haber impedido un robo horas antes. 

Describo esto casos no porque sean los únicos que han ocurrido en Cartagena, sino por lo que representan, un tipo de violencia especial: el resentimiento en su más puro estado.

No es gratuito. Podrían nombrarse razones altamente repetidas que no hacen eco en lo institucional. La endémica exclusión económica de la que ha sido víctima gran parte de la naturaleza de la ciudad. Esta crece, se inserta en una dinámica globalizada desconociendo, negando, rechazando, siendo antítesis de los procesos locales. Por otro lado, la ausencia de protagonismo en estos meses por parte de la guerrilla en el campo militar parece obligar a los medios a visibilizar la urbe. De repente “pareciera” que se dispararan  los crímenes menores, los robos, los asesinatos. La percepción de inseguridad se dispara.

Y con lo anterior, la ausencia de legitimidad. Porque cuando un sujeto prefiere quemar el vehículo que le da para subsistir, a él y posiblemente a otros familiares, reconoce en las cenizas más legitimidad que el Estado. Cuando un par de ladrones regresan horas después para asesinar al sujeto que impidió el robo, es simple malditidad. No hay ganancia económica. Hay riesgo (a unos metros se encuentra una estación de policía, de las más grandes de la ciudad), y aún así se ejecuta el vil acto. Y el otro lado, la turba enardecida que persigue linchar al criminal. Esto es pura rabia. Esto es pura guerra civil.

El ensayista y poeta Hans Magnus Enzensberger expone en su ensayo Perspectivas de guerra civil la idea de “guerra civil molecular”, entendida como estallidos de violencia en las metrópolis, sin aparente convicción, donde “las luchas entre bandas siempre son los perdedores quienes disparan contra otros perdedores”. Y vaya que Cartagena y el país están llenos de perdedores, producto de una política de exclusión crónica que viene desde el mismo comienzo del estado. 

Guerras civiles moleculares. Violencias en intersticios. La rutina laboral que se mezcla con la violencia espontanea del sujeto de al lado. Del vecino. Del conductor. De uno mismo. Una “cotidianización” de la violencia que se revienta, que se incendia como la moto que le da de comer al conductor, como el joven que recibe siete balazos de gratis. Comprar el pan de día, apuñalar al vecino de noche, dormir para madrugar al día siguiente, “a ver que sale”.

La ciudad se consume sola, mientras la violencia naturalizada se hace más escandalosa y la sociedad más cínica, indolente. Esto hace necesario un giro, porque de no ser así, la ciudad se dirige a un abismo, a la ignominia moral absoluta. 

lunes, 19 de enero de 2015

Los cadáveres sin dolientes

(Unmournable bodies)
POR: TEJU COLE

Traducción: Ricardo Tete Mieles.

Cortesía para el blog Días de Furia.

Un molinero norteño de la Italia del siglo dieciséis, conocido como Menocchio, literato, pero no parte de la élite literaria, tenía un conjunto peculiar de dogmas teológicos. Creía que el alma moría junto con el cuerpo, que el mundo se originó de una sustancia caótica, no ex nihilo (1), y que era más importante amar al prójimo que a Dios. Justificaba estas extravagantes creencias basado en los pocos libros que leía, entre ellos el Decamerón, la Biblia, el Corán y Los viajes de Sir John Mandeville, todos en versión traducida. Para su desgracia, Menocchio fue perseguido por la Inquisición en numerosas ocasiones, torturado, y, en 1599, quemado en la hoguera. Fue uno de los miles que enfrentaron tal destino.

Las sociedades occidentales no son, aún ahora, el paraíso de escepticismo y racionalismo que ellas creen que son. Occidente es un espacio multicolor, en el cual la libertad de pensamiento y el discurso estrictamente regulado existen, y en el que la desaprobación de la violencia asesina coexiste con la tortura clandestina. Pero cuando las sociedades occidentales se consideran a sí mismas bajo ataque, el discurso es dominado rápidamente por una fantasía intemporal de serenidad ante el sufrimiento y fortaleza ante la provocación. La historia de Estados Unidos y Europa está todavía fuertemente marcada por los esfuerzos por emplear el discurso de que la persecución de los rebeldes debería estar considerada entre los valores fundamentales de estas sociedades. Quema de brujas, juicios por herejía y el trabajo incansable de la Inquisición dieron forma a Europa, y estas ideas se extendieron a la historia de Estados Unidos y se adaptaron al actuar estadounidense, desde las fugas de esclavos hasta la censura de las críticas a la Operación Libertad Iraquí.

Más de una docena de personas fueron asesinadas esta semana en París. Las víctimas de tales crímenes han sido lamentadas en el mundo entero: eran seres humanos, amados por sus familias y estimados por sus amigos. El miércoles, doce de ellos fueron blanco de hombres armados por ser miembros del semanario satírico francés Charlie Hebdo. Charlie ha sido amenazado con frecuencia por musulmanes y se regocija en violar la prohibición islámica de retratar al Profeta Mahoma. Han hecho más que eso, también, metiéndose con blancos políticos, así como con cristianos y judíos. La publicación dibujó al Padre, Hijo y Espíritu Santo en un trío sexual. Ilustraciones como esta han sido citadas como evidencia del deseo de Charlie Hebdo de burlase de todos. Pero desde hace unos años el magazín se ha enfocado en provocaciones racistas e islamofóbicas, y sus numerosas imágenes anti-islámicas han sido ingeniosamente perversas, presentando árabes con narices aguileñas, coranes baleados, recurrencia en el tema de la sodomía y burlas a las víctimas de una masacre. No siempre es fácil ver la diferencia entre unas agudas críticas hacia una religión y un ataque racista sistemático, pero es necesario intentarlo. Aún Voltaire, un héroe para muchos que ensalzan la libertad de discurso, se equivocó. Su anticlericalismo brillante y valiente puede ser placentero de leer, pero también fue un declarado antisemita, cuyas críticas contra el judaísmo fueron acompañadas de calumnias sobre las características innatas de los judíos.

Los eventos de esta semana tuvieron como telón de fondo la espantosa historia colonial de Francia, la considerable población musulmana y la supresión, en nombre del secularismo, de algunas expresiones culturales islámicas, tales como el hijab. Los negros no la tienen fácil en Charlie Hebdo: una de las caricaturas muestra a la ministra de justicia ChristianeTaubira, quien es origen francoguayanés, como un mono (naturalmente, la defensa de esta violenta imagen racista fue su uso para satirizar el racismo); otra dibuja a Obama con la iconografía Black Sambo (2), típica en los tiempos de JimCrow (3).

En la mañana del jueves, el día después de la masacre, sucedió que yo estaba en París. El titular de Le Figarofue: “LA LIBERTÉ ASSESSINÉE”. Le Parisieny L’Humanitétambién usaron la palabra liberté en sus titulares. Ciertamente, la libertad estaba bajo ataque –como escritor, valoro la libertad para ofender y apoyo ese derecho para otros escritores–pero ¿qué estaba siendo excluido en este marco? Un tono de sincero desconsuelo parece acompañar siempre los ataques terroristas a los centros de poder Occidental. ¿Por qué ellos tienen que traer el horror de la violencia a nuestras sociedades pacíficas? ¿Por qué tienen que matar cuando nosotros no lo hacemos? Un dibujo ampliamente compartido, de LucilleClerc, un lápiz roto que se regenera en dos afilados lápices, fue típico. El mensaje fue claro, así como lo fue con #jesuicharlie; ese que está erigido no solamente en el derecho de las personas de dibujar lo que desean, sino tambiénen que, en la vigilia por los asesinatos, lo que ellos dibujaron debía ser celebrado y diseminado. Por ello, no solo muchas de las imágenes de Charlie Hebdo fueron publicadas y compartidas, sino que el magazín recibió grandes sumas de dinero durante la vigilia por los ataques –unas cien mil libras del Guardian Media Group y trescientos mil dólares de Google–.

Pero es posible defender el derecho al discurso racista y obsceno sin promover o patrocinar el contenido de ese discurso. Es posible aprobar el sacrilegio sin respaldar el racismo. Y es posible considerar inmoral la islamofobia sin desear que sea ilegal. Los momentos de dolor ni nos han quitado nuestra complejidad ni nos absuelven de la responsabilidad de hacer distinciones. La Unión Norteamericana de Libertades Civiles lo entendió bien al defender a un grupo neo-Nazi que, en 1978, buscaba marchar en Skokie, Illinois. Lo tremendamente ofensivo de los marchantes, carentes de cualquier intención violenta, no fue y no debería ser ilegal. Pero ninguna persona racional que defiende los derechos de la Primera Enmienda los utiliza para justificar la ideología nazi. Los caricaturistas de Charlie Hebdo no eran simples agitadores, no eran simples mártires con el derecho a ofender: eran ideólogos. Solo porque se condenan sus brutales asesinatos no significa que debemos consentir su ideología.

Más que plantear que los ataques de París son el momento de la crisis del discurso libre –como muchísimos comentadores han hecho– es necesario entender que el discurso libre y otras expresiones de liberté ya están en crisis en las sociedades occidentales; la crisis no fue desencadenada por tres bandoleros enloquecidos. Estados Unidos, por ejemplo, ha consolidado su tradicional monopolio en la extrema violencia y, en la era de los datos masivos, ha acumulado información sobre la utilización que hace de esta violencia. Hay graves consecuencias para quienes discutan este monopolio. La única persona que está en prisión por el abominable régimen de tortura de la CIA es Jhon Kiriakou, el soplón. Edward Snowden es un prófugo por divulgar información sobre espionaje masivo. Chelsea Manning está purgando una condena de 35 años por su papel en WikiLeaks. Ellos también son blasfemos, pero no han sido valorados universalmente, como sí lo han sido los caricaturistas de Charlie Hebdo.

Los asesinatos en París fueron una terrible afrenta hacia la vida y dignidad humana. La enormidad de estos crímenes nos conmocionará durante mucho tiempo. Pero sugerir que la violencia de los autoproclamados yihadistas es la única amenaza de la libertad de las sociedades occidentales, ignora otros, a menudo más inmediatos y cercanos, peligros. Estados Unidos, Reino Unido y Francia abordan el arte de gobernar desde diferentes perspectivas, pero son aliados de una cierta visión del mundo, y una cosa importante que comparten es una expectativa de que se venere la religión secular de Occidente. Las herejías contra el poder del Estado son monitoreadas y castigadas. En Reino Unido han sido arrestadas personas por hacer comentarios anti-policiales o anti-militares en los medios sociales. El espionaje masivo ha tenido un efecto intimidatorio en el periodismo y la práctica de la ley en Estados Unidos. Mientras tanto, las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia de esos países demandan, y generalmente reciben, apoyo incondicional de sus ciudadanos. Cuando cometen tortura o crímenes de guerra, no importa cuán ilegales o depravados sean, hay poca expectativa de que se haga una investigación o acusación a los responsables.

La escala, intensidad y actitud de solidaridad que hemos visto por las víctimas de los asesinatos de París nos alientan como debe ser, mostrándonos qué fácil las sociedades occidentales enfocan el radicalismo islámico como el real, sino el único, enemigo. Este enfoque es parte del consenso sobre los cadáveres que duelen y a menudo nos roban la debida atención a otros casos, actuales, de terribles matanzas alrededor del mundo: raptos y asesinatos en México, cientos de niños (y más de una docena de periodistas) asesinados el año pasado por Israel en Gaza, masacres de la guerra civil en la República Centroafricana, etcétera. Y aun cuando condenamos con justicia a los criminales que dicen actuar en nombre del islam, poco de nuestro dolor se extiende hacia las numerosas víctimas musulmanas en sus ataques, ya sea en Yemen o Nigeria, donde, entre las muchas violaciones a los derechos humanos, el castigo a los periodistas que “insultan el islam” es la flagelación. Puede que no seamos capaces de ocuparnos de cada salvajada que ocurre en cada esquina del mundo, pero deberíamos, al menos, detenernos a considerar cómo es que toda esta corriente de opinión decide rápidamente que ciertas muertes violentas son más significativas y merecen más reconocimiento que otras.

Hoy Francia está de luto y lo estará en las muchas semanas por venir. Nos dolemos por Francia. Deberíamos hacerlo. Pero también es cierto que la violencia de “nuestra” parte continúa sin cesar. Por esta época, en el próximo mes, con toda probabilidad, muchos más “muchachos en edad militar” y muchos otros, así sean muchachas, serán asesinados por los ataques de drones estadounidenses en Paquistán o en cualquier otro lugar. Si los anteriores ataques eran intrascendentes, muchas de esas personas serán inocentes de cualquier delito. Sus muertes serán consideradas como naturales e indiscutibles como las muertes de los Menocchios por la Inquisición. Los que somos escritores no consideraremos que nuestros lápices se rompen por tales asesinatos. Pero esa indiscutibilidad, esa indolencia, es, así como la masacre en París, el claro y presente enemigo de nuestra liberté colectiva.

Notas

(1) Ex nihilo: locución latina traducible por “de la nada” o “desde la nada”.

(2) Little Black Sambo es un libro infantil escrito por Helen Bannerman. En el cuento, un niño indio llamado Sambo planta cara a un grupo de tigres hambrientos. El pequeño tiene que dar sus prendas llenas de color, sus zapatos y su paraguas a cuatro tigres a cambio de que ellos no le coman. Sambo recupera las prendas cuando los celosos y engreídos tigres se persiguen unos a otros alrededor de un árbol hasta que al final acaban en un charco de deliciosa y derretida mantequilla. La historia causó gran sensación entre los niños durante medio siglo, pero poco después pasó a ser bastante polémica debido al uso de la palabra sambo, ya que contenía connotaciones racistas en algunas ciudades. Las ilustraciones también causaron cierta polémica por ser una reminiscencia de la “iconografía negra”.

(3) Las leyes de JimCrow fueron unas leyes estatales y locales en los Estados Unidos promulgadas entre 1876 y 1965, que propugnaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de iure bajo el lema "separados pero iguales" y se aplicaban a los estadounidenses negros y a otros grupos étnicos no blancos en los Estados Unidos.

Original: http://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/unmournable-bodies






jueves, 8 de enero de 2015

5 lecciones sobre la matanza de Charlie Hebdo

Al grano. La situación deja muchas cosas que analizar, pero destaco cinco que encierran gran parte de la situación.

1. La verdadera asesina es una ideología cerrada (fundamentalista).
El asesinato de los periodistas, caricaturistas y policías fue un acto ideológico, uno por parte de un sector del islam que considera toda manifestación de burla, sátira o parodia, una ofensa que debe ser pagada con la vida. El humor siempre será un elemento subversivo frente a lo dogmático, y la ideología arraigada no tiene espacios para estos elementos: su supervivencia depende de su eliminación.

2. Los musulmanes son víctimas también.
El hecho de que uno de los policías asesinados fuera musulmán, además de trágico, resulta ilustrativo. El sentimiento xenófobo se acentúa en Europa y Occidente en general, y millones de musulmanes en el mundo, que no son yihadistas, ni terroristas, sino vecinos, comerciantes, estudiantes, ciudadanos comunes, sentirán el peso de las miradas, de los comentarios, de las trabas burocráticas, el hostigamiento policíaco solo por ser o aparentar ser musulmanes.

Las economías fluctúan y Europa no vive su mejor momento. Los políticos de turno siempre necesitan un chivo expiatorio en momentos de crisis. Y los musulmanes se consolidan como uno atractivo.

3. Los monstruos siempre van a ir por sus creadores.
Blade Runner, esa fantástica y sobrecitada película, nos enseña –si se puede decir que enseña algo – que si creas un monstruo, este va a venir por su creador. Así como Roy Batty, implacable y conmovedor personaje, vino a cargarse a su padre, el extremismo islámico vendrá, cuando pueda, por sus creadores. Y los creadores son Occidente.

Gracias a sus ejércitos, con megatones de democracia y  toneladas libertad, Líbano, Irak, Afganistán, Siria, Egipto, por nombrar, han probado de primera mano lo banal que pueden llegar a ser dichos preceptos.

Se han derribado dictaduras y reemplazado por otras, iguales o más crueles, dejando vacíos de poder. Y por eso, lo que el soldado norteamericano promulga como libertad, no tiene el mismo sentido para el padre, hermano, hijo que ha volado en pedazos.  

4. Unas muertes sí duelen más que otras.
Y  eso incluye a periodistas. Wikileaks, a finales de la década pasada, inundó al mundo con información sobre asesinatos, torturas y abusos por parte de las tropas norteamericanas. Uno de los más impactantes fue el vídeo de unos helicópteros Apaches disparando a civiles desarmados, incluyendo a un periodista, conductor y asistente. No hubo homenajes a ellos. Dolían menos.  ¿Por qué duelen más? ¿Por franceses? ¿Por pasar en una Europa en abierta manifestaciones xenófobas?

5. El ataque fue un golpe a la libertad de expresión… como muchos otros, todos los días.
¿Doloroso? Sí ¿Único? Depende. Si hablamos del lugar, sí. Si hablamos de la ocurrencia y los motivos, no tanto. Centroamérica y Latinoamérica en general son lugares donde el ejercicio de hacer prensa responsable y crítica es peligroso. Muchos periodistas han pagado con su vida o con el exilio, incluso por parte de los Estados que han debido protegerlos.

Nadie parece recordar que sobre Julian Assange, que tiene más de dos años enclaustrado en la embajada de Ecuador en Londres, pesa una orden captura, y corre un peligro real de ser juzgado por traición por el gobierno estadounidense. Al igual que Edward Snowden, quien se atrevió desvelar los secretos más sucios de la política exterior de Estados Unidos.

Y, no obstante, todo al final nos dice que vivimos en una sociedad de pérdidas constantes: vida, libertades, y sensibilidad.