Desde que el presidente Santos confirmara el descubrimiento
del San José, galeón cargado de oro, plata y piedras preciosas, se han manifestado
sensaciones de curiosidad, de expectativa y hasta de codicia y sueños sobre qué
hacer con este tesoro.
Solo pasaron unas cuantas horas para que el Gobierno español
anunciara que solicitará a Colombia “información precisa” sobre el hallazgo, lo
cual ya deja muy mala espina sobre las verdaderas intenciones del país europeo, ya incluso se habla de "negociación".
También, gracias a los medios, se han divulgado información sobre los intereses
que existen, como la de SSA (Sea Search Armada), quien tiene una demanda al Estado
colombiano por 27 mil millones de pesos, y que incluso podría desatarse a
futuro con Nicaragua un posible conflicto de intereses debido a la frontera
marítima en disputa con dicho país.
Pensar en tesoros, soñar con tesoros enterrados en remotas
islas o sumergidos en el Caribe, ha alimentado la imaginación de millones en el
mundo, no por algo La Isla del Tesoro,
la primera novela exitosa de Robert Luis Stevenson, publicada en 1881, siguen
siendo tan emocionante como en el pasado. Sencillamente el afán de la aventura
premiada por un tesoro de incalculable valor es algo demasiado atractivo en un
mundo dominado por la monotonía, la pobreza y la injusticia.
Sin embargo, el tesoro transportado por el Galeón San José
tiene elementos aventureros menos dignos: venía del Virreinato del Perú y esto
es clave.
El Virreinato del Perú (Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia,
parte de Argentina y de Chile), junto al de Nueva España (México, gran parte de
Estados Unidos, Centroamérica, Cuba, República Dominicana, Trinidad y Tobago) eran
los más importantes territorios coloniales generadores de recursos para el
Imperio Español. La principal fuente de recursos del Virreinato del Perú era la
minería y extracción de riquezas del exterminado Imperio Inca.Y con ello también
el establecimiento de la maquinaria colonial: la mita y la encomienda, los
cuales básicamente subordinaban a la población originaria a trabajar en
condiciones insostenibles y pagar deudas que incluso de perpetuaban por
generaciones.
Se calcula que en el mar Caribe puede haber más de 1200
naufragios, muchos de ellos con cargamentos de oro, plata y demás tesoros.
Todos y cada uno de aquellos naufragios proceden de la época colonial, y por
consiguiente arrastran la misma mancha de sangre y afrenta. Por eso el debate
del qué hacer con ello se convierte en un tema importante para el reparamiento
de las heridas y marcas de dicha época, todavía hoy vigentes.
Las posibilidades son varias y muy complejas. Si los
naufragios se consideran patrimonio, ¿se puede vender un patrimonio? Si se vende,
¿cómo sería el procedimiento?, ¿qué se haría con los recursos? ¿Podría
considerarse como patrimonios de la nación y aun así hacer que generen recursos,
tal vez con el turismo y la exhibición local e internacional?, ¿cómo distribuir
dichos recursos?, ¿qué papel cumplirían los actores descendientes en el papel
de la distribución?
Hasta la misma forma de preservación de este patrimonio, ya
sea con la extracción del material o la conservación in situ, se vislumbra compleja. Por eso es importante que el papel
de la academia, en conjunción con la Armada Nacional, para el tratamiento de
los restos.La cuestión dicta de tantas posibilidades que
incluso pueden conformarse debates desde el punto jurídico (del cual ya se
comenzó hace décadas), patrimonial, cultural y hasta turístico. Aun así, las
distintas posibilidades no deberían perder el punto de vista del origen de
estos pecios.
Y en esa medida, los recursos económicos y culturales que
generara el Galeón San José, al igual que los demás naufragios, deberían tener
como protagonistas a los descendientes afroamericanos e indígenas en situación
vulnerable. Este tesoro es fruto de una dinámica colonial despreciable, en una
época en que el continente era gobernado por una élite que se pretendía
superior racial y culturalmente, en la que millones de seres humanos fueron
desplazados, esclavizados, expropiados y muertos en sus territorios, en su
cultura y hasta en su lengua.
Este tesoro está
manchado en sangre y el lavarlo es una responsabilidad histórica para remendar
los errores comentados, errores que aunque en parte ya muchos no vemos como
nuestros, siguen teniendo consecuencias en el presente ¿O es que acaso todavía
no mueren los niños wayúu de hambre? ¿Acaso las comunidades afro e indígenas en
todo el continente no siguen teniendo las tasas de mortandad infantil, pobreza
y desigualdad económica más altas en comparación con el resto de la población? ¿No
sería justo que se pensara en un órgano transnacional latinoamericano que se
encargara de administrar y velar por una justa distribución cultural y
económica de los tesoros y riquezas obtenidas en la colonia?
Como tal, puede que jurídicamente el Galeón San José pertenezca
al Estado colombiano, pero moralmente seria cuestionable utilizar los beneficios
sin que incluya a los descendientes que siguen sufriendo las consecuencias
coloniales. Tal vez con este tipo de acciones empecemos a demostrar que somos
mejores que las generaciones pasadas.
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