POR: TEJU COLE
Traducción: Ricardo Tete Mieles.
Cortesía para el blog Días de Furia.
Un molinero norteño de la Italia del siglo dieciséis, conocido como Menocchio, literato, pero no parte de la élite literaria, tenía un conjunto peculiar de dogmas teológicos. Creía que el alma moría junto con el cuerpo, que el mundo se originó de una sustancia caótica, no ex nihilo (1), y que era más importante amar al prójimo que a Dios. Justificaba estas extravagantes creencias basado en los pocos libros que leía, entre ellos el Decamerón, la Biblia, el Corán y Los viajes de Sir John Mandeville, todos en versión traducida. Para su desgracia, Menocchio fue perseguido por la Inquisición en numerosas ocasiones, torturado, y, en 1599, quemado en la hoguera. Fue uno de los miles que enfrentaron tal destino.
Las sociedades occidentales no son, aún ahora, el paraíso de escepticismo y racionalismo que ellas creen que son. Occidente es un espacio multicolor, en el cual la libertad de pensamiento y el discurso estrictamente regulado existen, y en el que la desaprobación de la violencia asesina coexiste con la tortura clandestina. Pero cuando las sociedades occidentales se consideran a sí mismas bajo ataque, el discurso es dominado rápidamente por una fantasía intemporal de serenidad ante el sufrimiento y fortaleza ante la provocación. La historia de Estados Unidos y Europa está todavía fuertemente marcada por los esfuerzos por emplear el discurso de que la persecución de los rebeldes debería estar considerada entre los valores fundamentales de estas sociedades. Quema de brujas, juicios por herejía y el trabajo incansable de la Inquisición dieron forma a Europa, y estas ideas se extendieron a la historia de Estados Unidos y se adaptaron al actuar estadounidense, desde las fugas de esclavos hasta la censura de las críticas a la Operación Libertad Iraquí.
Más de una docena de personas fueron asesinadas esta semana en París. Las víctimas de tales crímenes han sido lamentadas en el mundo entero: eran seres humanos, amados por sus familias y estimados por sus amigos. El miércoles, doce de ellos fueron blanco de hombres armados por ser miembros del semanario satírico francés Charlie Hebdo. Charlie ha sido amenazado con frecuencia por musulmanes y se regocija en violar la prohibición islámica de retratar al Profeta Mahoma. Han hecho más que eso, también, metiéndose con blancos políticos, así como con cristianos y judíos. La publicación dibujó al Padre, Hijo y Espíritu Santo en un trío sexual. Ilustraciones como esta han sido citadas como evidencia del deseo de Charlie Hebdo de burlase de todos. Pero desde hace unos años el magazín se ha enfocado en provocaciones racistas e islamofóbicas, y sus numerosas imágenes anti-islámicas han sido ingeniosamente perversas, presentando árabes con narices aguileñas, coranes baleados, recurrencia en el tema de la sodomía y burlas a las víctimas de una masacre. No siempre es fácil ver la diferencia entre unas agudas críticas hacia una religión y un ataque racista sistemático, pero es necesario intentarlo. Aún Voltaire, un héroe para muchos que ensalzan la libertad de discurso, se equivocó. Su anticlericalismo brillante y valiente puede ser placentero de leer, pero también fue un declarado antisemita, cuyas críticas contra el judaísmo fueron acompañadas de calumnias sobre las características innatas de los judíos.
Los eventos de esta semana tuvieron como telón de fondo la espantosa historia colonial de Francia, la considerable población musulmana y la supresión, en nombre del secularismo, de algunas expresiones culturales islámicas, tales como el hijab. Los negros no la tienen fácil en Charlie Hebdo: una de las caricaturas muestra a la ministra de justicia ChristianeTaubira, quien es origen francoguayanés, como un mono (naturalmente, la defensa de esta violenta imagen racista fue su uso para satirizar el racismo); otra dibuja a Obama con la iconografía Black Sambo (2), típica en los tiempos de JimCrow (3).
En la mañana del jueves, el día después de la masacre, sucedió que yo estaba en París. El titular de Le Figarofue: “LA LIBERTÉ ASSESSINÉE”. Le Parisieny L’Humanitétambién usaron la palabra liberté en sus titulares. Ciertamente, la libertad estaba bajo ataque –como escritor, valoro la libertad para ofender y apoyo ese derecho para otros escritores–pero ¿qué estaba siendo excluido en este marco? Un tono de sincero desconsuelo parece acompañar siempre los ataques terroristas a los centros de poder Occidental. ¿Por qué ellos tienen que traer el horror de la violencia a nuestras sociedades pacíficas? ¿Por qué tienen que matar cuando nosotros no lo hacemos? Un dibujo ampliamente compartido, de LucilleClerc, un lápiz roto que se regenera en dos afilados lápices, fue típico. El mensaje fue claro, así como lo fue con #jesuicharlie; ese que está erigido no solamente en el derecho de las personas de dibujar lo que desean, sino tambiénen que, en la vigilia por los asesinatos, lo que ellos dibujaron debía ser celebrado y diseminado. Por ello, no solo muchas de las imágenes de Charlie Hebdo fueron publicadas y compartidas, sino que el magazín recibió grandes sumas de dinero durante la vigilia por los ataques –unas cien mil libras del Guardian Media Group y trescientos mil dólares de Google–.
Pero es posible defender el derecho al discurso racista y obsceno sin promover o patrocinar el contenido de ese discurso. Es posible aprobar el sacrilegio sin respaldar el racismo. Y es posible considerar inmoral la islamofobia sin desear que sea ilegal. Los momentos de dolor ni nos han quitado nuestra complejidad ni nos absuelven de la responsabilidad de hacer distinciones. La Unión Norteamericana de Libertades Civiles lo entendió bien al defender a un grupo neo-Nazi que, en 1978, buscaba marchar en Skokie, Illinois. Lo tremendamente ofensivo de los marchantes, carentes de cualquier intención violenta, no fue y no debería ser ilegal. Pero ninguna persona racional que defiende los derechos de la Primera Enmienda los utiliza para justificar la ideología nazi. Los caricaturistas de Charlie Hebdo no eran simples agitadores, no eran simples mártires con el derecho a ofender: eran ideólogos. Solo porque se condenan sus brutales asesinatos no significa que debemos consentir su ideología.
Más que plantear que los ataques de París son el momento de la crisis del discurso libre –como muchísimos comentadores han hecho– es necesario entender que el discurso libre y otras expresiones de liberté ya están en crisis en las sociedades occidentales; la crisis no fue desencadenada por tres bandoleros enloquecidos. Estados Unidos, por ejemplo, ha consolidado su tradicional monopolio en la extrema violencia y, en la era de los datos masivos, ha acumulado información sobre la utilización que hace de esta violencia. Hay graves consecuencias para quienes discutan este monopolio. La única persona que está en prisión por el abominable régimen de tortura de la CIA es Jhon Kiriakou, el soplón. Edward Snowden es un prófugo por divulgar información sobre espionaje masivo. Chelsea Manning está purgando una condena de 35 años por su papel en WikiLeaks. Ellos también son blasfemos, pero no han sido valorados universalmente, como sí lo han sido los caricaturistas de Charlie Hebdo.
Los asesinatos en París fueron una terrible afrenta hacia la vida y dignidad humana. La enormidad de estos crímenes nos conmocionará durante mucho tiempo. Pero sugerir que la violencia de los autoproclamados yihadistas es la única amenaza de la libertad de las sociedades occidentales, ignora otros, a menudo más inmediatos y cercanos, peligros. Estados Unidos, Reino Unido y Francia abordan el arte de gobernar desde diferentes perspectivas, pero son aliados de una cierta visión del mundo, y una cosa importante que comparten es una expectativa de que se venere la religión secular de Occidente. Las herejías contra el poder del Estado son monitoreadas y castigadas. En Reino Unido han sido arrestadas personas por hacer comentarios anti-policiales o anti-militares en los medios sociales. El espionaje masivo ha tenido un efecto intimidatorio en el periodismo y la práctica de la ley en Estados Unidos. Mientras tanto, las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia de esos países demandan, y generalmente reciben, apoyo incondicional de sus ciudadanos. Cuando cometen tortura o crímenes de guerra, no importa cuán ilegales o depravados sean, hay poca expectativa de que se haga una investigación o acusación a los responsables.
La escala, intensidad y actitud de solidaridad que hemos visto por las víctimas de los asesinatos de París nos alientan como debe ser, mostrándonos qué fácil las sociedades occidentales enfocan el radicalismo islámico como el real, sino el único, enemigo. Este enfoque es parte del consenso sobre los cadáveres que duelen y a menudo nos roban la debida atención a otros casos, actuales, de terribles matanzas alrededor del mundo: raptos y asesinatos en México, cientos de niños (y más de una docena de periodistas) asesinados el año pasado por Israel en Gaza, masacres de la guerra civil en la República Centroafricana, etcétera. Y aun cuando condenamos con justicia a los criminales que dicen actuar en nombre del islam, poco de nuestro dolor se extiende hacia las numerosas víctimas musulmanas en sus ataques, ya sea en Yemen o Nigeria, donde, entre las muchas violaciones a los derechos humanos, el castigo a los periodistas que “insultan el islam” es la flagelación. Puede que no seamos capaces de ocuparnos de cada salvajada que ocurre en cada esquina del mundo, pero deberíamos, al menos, detenernos a considerar cómo es que toda esta corriente de opinión decide rápidamente que ciertas muertes violentas son más significativas y merecen más reconocimiento que otras.
Hoy Francia está de luto y lo estará en las muchas semanas por venir. Nos dolemos por Francia. Deberíamos hacerlo. Pero también es cierto que la violencia de “nuestra” parte continúa sin cesar. Por esta época, en el próximo mes, con toda probabilidad, muchos más “muchachos en edad militar” y muchos otros, así sean muchachas, serán asesinados por los ataques de drones estadounidenses en Paquistán o en cualquier otro lugar. Si los anteriores ataques eran intrascendentes, muchas de esas personas serán inocentes de cualquier delito. Sus muertes serán consideradas como naturales e indiscutibles como las muertes de los Menocchios por la Inquisición. Los que somos escritores no consideraremos que nuestros lápices se rompen por tales asesinatos. Pero esa indiscutibilidad, esa indolencia, es, así como la masacre en París, el claro y presente enemigo de nuestra liberté colectiva.
Notas
(1) Ex nihilo: locución latina traducible por “de la nada” o “desde la nada”.
(2) Little Black Sambo es un libro infantil escrito por Helen Bannerman. En el cuento, un niño indio llamado Sambo planta cara a un grupo de tigres hambrientos. El pequeño tiene que dar sus prendas llenas de color, sus zapatos y su paraguas a cuatro tigres a cambio de que ellos no le coman. Sambo recupera las prendas cuando los celosos y engreídos tigres se persiguen unos a otros alrededor de un árbol hasta que al final acaban en un charco de deliciosa y derretida mantequilla. La historia causó gran sensación entre los niños durante medio siglo, pero poco después pasó a ser bastante polémica debido al uso de la palabra sambo, ya que contenía connotaciones racistas en algunas ciudades. Las ilustraciones también causaron cierta polémica por ser una reminiscencia de la “iconografía negra”.
(3) Las leyes de JimCrow fueron unas leyes estatales y locales en los Estados Unidos promulgadas entre 1876 y 1965, que propugnaban la segregación racial en todas las instalaciones públicas por mandato de iure bajo el lema "separados pero iguales" y se aplicaban a los estadounidenses negros y a otros grupos étnicos no blancos en los Estados Unidos.
Original: http://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/unmournable-bodies
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