Érase una vez un joven que, de la noche a
la mañana, había adquirido la extraña habilidad y maldición de recordarlo todo: “Sabía las formas de las
nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y
dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta
española que sólo había mirado una vez y con líneas de la espuma que un remo
levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho […] Dos o tres
veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada
reconstrucción había requerido un día entero.”
“Funes el Memorioso”, cuento de Jorge Luís
Borges, puede ser muchas cosas, entre ellas, un escrito sobre la memoria. Una
memoria que, si pudiera recordarlo todo, hasta el más mínimo detalle (sin
olvidar nada), acabaría en la imposibilidad de vivir el presente y, de paso, de
construir un porvenir.
La memoria y el olvido se hacen caras de
una misma moneda: la moneda de la identidad. Diversos autores e intelectuales
han tratado la importancia de la memoria en las sociedades. Por ejemplo, para
Maurice Halbwachs, la memoria es una función colectiva ante todo. Recordamos
algo en cuanto la sociedad en que nos instalamos necesita que sea así.
No obstante, el problema de la memoria y,
por ende, de la identidad, incluye lo político:¿Quése elige recordar? ¿Cuáles son los intereses al recordar
una cosa y olvidar otra? ¿Quiénes
deciden qué se debe recordar y qué olvidar?
El evento en que el alcalde Dionisio Vélez,
junto con los príncipes herederos del trono inglés, inaugura una placa
conmemorativa que exalta el “valor
y sufrimiento de todos los que murieron en combate intentado tomar la ciudad” pone sobre el tapete este delicado
tema. Los monumentos y placas conmemorativas, con sus narrativas, son la
materialización de la memoria oficial, el discurso oficial que será transmitido
a miles de personas que habitan y visitan la ciudad. Bien dice Amaila
Signorelli que los monumentos son grandes mediadores en la relación entre
ciudad e historia.
¿Qué están mediando este tipo de
monumentos? ¿Qué clase de
ciudad están representando? ¿Acaso una que rinde homenaje a sus
verdugos europeos y blancos? ¿Qué se
deja al olvido?
Y es que lo que se deja de lado, lo
innombrable, también deja mucho que desear. Es muy particular que en la placa y
el discurso de inauguración estuvieran ausentes los conceptos de “colonialismo” y “esclavismo",
y se citara el de “próspero
comercio”, como si las relaciones económicas entre la Europa y América Colonial
hubiesen sido recíprocas y amigables; como si Cartagena no hubiese sido un
puerto negrero al que entraron cientos de miles de personas esclavizadas y
salieron las riquezas del “Nuevo Mundo” hacia las arcas europeas.
El tema está servido y hay mucha tela
por cortar en la lucha por la memoria: la eliminación de una placa en el Camellón
de los Mártires en la que se conmemoraba a mujeres asesinadas en el sitio de
Pablo Murillo y el remplazo del escudo republicano por el colonial hacen parte
de la problemática de la memoria oficial en estos últimos meses y refleja pugnas de años.
Los monumentos hacen parte importante en la
representación y construcción de la identidad de la ciudad. No pueden ser
insertados en el paisaje urbano sin la consulta, sin el debate, sin el consenso
de lo que se quiere representar. De lo contrario, estamos ante la arbitrariedad
de un uso político particular y excluyente de la memoria de la ciudad. Como si la exclusión racista, económica
y de género no fuera suficiente, se suma la batalla por la memoria.
Quién sabe. Tal vez sea esta lucha en la
que se articulen las demás: un uso político y participativo de la memoria
adecuado podría desembocar en una reconstrucción de la identidad
cartagenera: una en la que el cartagenero no se sienta extraño en su tierra, en
la que la violencia discursiva, el negativismo por el futuro y la apropiación
de un sentido ciudadano sean los elementos que conformen un presente y mañana
prometedor en una ciudad que necesita más que nunca de sus habitantes.