–Llegaste.
–Nunca
me fui.
–Tardaste.
–Estuve
siempre en ti. Por eso estoy.
–Abrázame.
–No.
–Sé
que me amas.
–Debes
dejarme.
–¿Por
qué? Tuviste un funeral de película. Todos lloraron, excepto yo,
porque sabía que no te habías ido.
–No
me fui para ti. No me has dejado ir. Déjame ir, por favor.
–No
quiero.
–Tu
temor a la soledad debe evaporarse. No tienes opción. Mi sombra te
lastima. Me lastima. Nos lastima. La mera existencia basta para
destruir al otro.
–¿Y
si también quiero desaparecer?
–Yo
no quiero desaparecer. Y tú tampoco. Pero ya no existo, y me
retienes. Tú, sin embargo, sigues caminando, sobre nuevos y viejos
caminos, por propia decisión. Debe ser así.
Adiós.
–¿Te
veré de nuevo?
El
vacío sólo es otro altar sin culto, esperando en la eternidad ser
llenado.
Camino en Pompeya, Paul Vlaar (2003)
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