domingo, 6 de noviembre de 2016

El alcalde que no sirve

Lo dicho por el alcalde de Cartagena, “¿para qué sirve la filosofía?” en la ciudad me hace pensar un par de cosas. Obviamente sobre la  ignorancia del mandatario elegido por los cartageneros. Pero también el hecho de que para la mayoría de la sociedad la filosofía es algo inservible.

La filosofía – que de manera paupérrima recibimos en el colegio –, se define del griego antiguo y del latín como “amor a la sabiduría”. En ese sentido, el desprecio a la filosofía en sí mismo es el desprecio a la sabiduría, al conocimiento del mundo y del ser. No es de extrañar por qué la política de la ciudad es un desastre si esta es ejecutada desatendiendo al conocimiento contextual e histórico de sus problemas más elementales. Tampoco ha de extrañar el desdén de la mayoría de la sociedad en la participación política, pues no hay identificación con ésta.

Sin embargo, esa misma filosofía que desprecia le podría enseñar un par de cosas de cómo gobernar mejor una ciudad que se aniquila a sí misma:

La ontología le podría brindar elementos para resolver preguntas como ¿Qué lo hace real como alcalde? ¿Por qué lo piensan como payaso? ¿Todas sus acciones como alcalde corresponden a eventos de algún tipo de ley? ¿Qué leyes? ¿Manolo sirve? ¿A quién?

Desde la gnoseología podría entender que no lo sabe todo, y que el conocimiento puede tener sus límites, teniendo en cuenta cómo y de dónde se adquiere.  Podría ayudarle a dejar de hacer el ridículo si comprende que debe saber y entender  de lo que habla. En el mejor de los casos dejar de fiarse sólo de lo que sabe o creer saber, preocupándose por cómo en verdad puede conocer la realidad para no seguir contribuyendo al desastre de la ciudad.

Desde la lógica tal vez aprenda a hacer más coherente en sus argumentos (y si no los tiene, ayudarle a construirlos).

Desde la ética… ¡Diablos! Si tan solo aplicara ésta podría ser mejor mandatario. Aprendería  a moldear una mejor virtud política y personal, y entender mejor que su cargo público, alcalde (que viene del árabe y significa juez) lo inviste de unas responsabilidades y funciones fundamentales para la convivencia, la paz y el desarrollo de los ciudadanos. Y que su gobierno con las élites políticas de siempre hacen de su mandato algo inmoral.

Desde la filosofía política aprendería a moldear mejor su relación con la sociedad, respetando e incentivando el empoderamiento de los ciudadanos con la sociedad, el estado, la ley y la justicia. Preguntándose a cada instante cómo debería hacer (para mejorar) las relaciones entre los  individuos y la sociedad, trabajando en ello cada día de su gobierno. 

Desde la filosofía del lenguaje tal vez apreciaría mejor la complejidad del lenguaje, y el poder que tiene este.  Podría entender que cada palabra suya, cada frase, sus discursos, desde su postura de poder contienen elementos que repercuten para bien o para mal en la ciudad. Que decir que “la filosofía no sirve” hace parte de un discurso utilitarista que se apega a una noción de progreso cuestionable y que, entre muchos elementos, contribuyen a un deplorable ejercicio democrático donde lo inmediato, lo irreflexivo se hace importante, más que el hecho de pensar una mejor sociedad, una mejor y más incluyente Cartagena. 

Esto por nombrar algunas cosas que desde la filosofía se podría aprender.

Cuenta mi padre que cuando niño, si alguien se moría en fiestas, era normal que se escondiera al cadáver hasta que la fiesta acabara, y luego ahí si velarlo. La élite política de la ciudad hace rato está de fiesta con los recursos de ésta, y nosotros estamos bailando hace rato a su son. Algún día habrá que sacar ese cadáver, algún día habrá de acabarse la guachafa que tienen y ponernos a pensar el por qué hay una agenda arriba totalmente desconectada con los principales problemas de la ciudad. Algún día habrá que filosofar seriamente quiénes  somos como ciudadanos, para qué (nos) sirve la ciudad y para dónde carajos vamos.



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