Un nuevo síntoma de ello son las última decisiones de la
Alcaldía: la prohibición del uso de pólvora, peajes improvisados por
particulares –pero no los peajes de Manga, ni de Mamonal –, lanzar maicena,
aguas, colorantes, espumas, y la negativa a la realización de los Banditos de
San Diego, Las Gaviotas, y La Princesa… es decir, el fin de las Fiestas
Novembrinas tal como las conocemos.
Esta decisión no puede ser más descabellada, más absurda,
más irreal y desconocedora de la tradición festiva del pueblo cartagenero.
Los cartageneros parecemos condenados. Solo hay sitio para
el esparcimiento si es controlado y sí se consume: espacios para centros
comerciales, pero no de parques, o cordones para el despliegue cultural. Y es
que ese lado popular de las Fiestas que no transmite los canales institucionales
(sea RCN o Caracol), es el lado marginado – que paradójicamente es el de la
mayoría de la población cartagenera – pero que por los intereses de las élites se ve
como un espacio que no “produce”, no “vende”, no “cuadra” con las dinámicas de
lo que “debe” ser la ciudad. Por eso se prohíben las diversas manifestaciones
culturales de nuestra ciudad.
Es en ese sentido que la ciudad se suicida porque cierra los
espacios para sus ciudadanos, y si no los hay, no hay ciudad, solo
construcciones para ventas y consumos. Cartagena poco a poco se transforma en
una vitrina plástica, “una tarjeta postal sin alma”.
Entiendo que haya ciudadanos que se preocupen por la inseguridad durante las Fiestas, que parece incrementarse, pero la respuesta no
está en la prohibición de eventos y comportamientos, sino en la inclusión, el
acompañamiento y la educación de la población en las dinámicas festivas que se
conmemoran, una fecha – La Fecha simbólica – precisamente en la que ciudadanos
cartageneros se levantaron contra la tiranía. Estos espacios, con todo y sus contradicciones,
puede ser reconstruidos, transformados para afirmar una identidad Cartagenera,
donde la inclusión se de en todos los estrados, en todas las capas sociales.
Pero, por ahora la nueva tiranía se manifiesta en la
exclusión, poco a poco, del ciudadano en
su ciudad (la privatización de las playas, la conmemoración de eventos
sociales solo en el Centro Histórico, racismo, etc.), conllevando a un suicidio
endémico, que silencia y opaca el espíritu festivo de sus habitantes, y todo
esto sucede porque las élites nos ven como caterva
de vencejos. Ya es hora de ser águilascaudales.