Hablar sobre The Dark Knight Rises (2012) de Christopher Nolan es referirse a uno de los filmes de
superhéroes más complejos y mejor elaborados de la historia del cine. Dirección
y producción –que supera la nada despreciable suma de 200 millones de dólares–,
marketing, e incluso los desafortunados eventos ocurridos en el estreno de Colorado,
se constituyen en elementos de su configuración particular. Pero me gustaría
señalar, en este caso, algunos puntos de la trama que me son de especial
atención: en su conjunto forman un laberinto de situaciones y contextos nada
sencillos que el Caballero Oscuro deberá enfrentar para superar su senda
heroica.
Lucha de Clases
Desde que Marx y Engels
expusieran la noción “lucha de clases” en su Materialismo histórico (1859), ésta ha sido uno de los ejes
centrales más debatidos desde diversos sistemas políticos, filosóficos,
económicos y sociales. Pone de manifiesto la existencia de un conflicto, de una
tensión entre diferentes facciones de una sociedad. En The Dark Knight Rise, este conflicto se manifiesta entre las clases
dirigentes y opulentas de Ciudad Gótica y las clases menos favorecidas.
Años de lucha contra el crimen
organizado han hecho de Gótica una ciudad más segura, pero ello no se ha traducido
en una prosperidad para la mayoría de los ciudadanos, pobres y desprotegidos.
Bane (interpretado por Tom Hardy) lo sabe, y forma el grueso de su ejército con
ellos. No es para nada gratuito que haya puesto en jaque a la ciudad él solo. En
realidad, Ciudad Gótica contaba con todas las condiciones ideales para que
alguien como él lo hiciera.
Instituciones Fallidas
“Hay una tormenta acercándose.
Más vale que usted y sus amigos se preparen, porque cuando llegue no van a
entender cómo pensaron que podían vivir así y dejar tan poco para el resto de
nosotros”. Palabras de Selina Kyle (Catwomen)
a Bruce Wayne (Batman), durante una lujosa fiesta. Las instituciones,
ciertamente, han fallado; la confianza de los ciudadanos no se encuentra representada
en el Gobierno; la fuerza pública está infiltrada, y después de la “toma” de
Bane, el Estado abandona la ciudad a su suerte. De hecho, el íntegro detective
John Blake renuncia a la policía, ante el sacrificio de Batman, tan distinto a
las acciones de la fuerza pública, que prohíbe el escape de un grupo de niños
fuera de la ciudad amenazada.
El Enemigo como Maestro
Al igual que Ra´s al Ghul, en Batman Begins (2005), y en cierta medida
el Guasón, en The Dark Knight (2008),
Bane justifica sus acciones como una forma aleccionadora sobre el mundo. Bane
no se ve a sí mismo como un criminal: el dinero, las joyas y el tráfico ilegal
no son su principal interés; son un medio. Desea que su legado, sus enseñanzas,
sean mostradas al mundo. En este caso, el fin de una Ciudad Gótica corrupta, decadente
e injusta, que debe expiar sus “pecados”.
El legado del Héroe
Ocho años han transcurrido desde
que Batman fuera visto por última vez. Encubierta la verdadera causa de la
muerte de Harvey Dent, se aplican leyes más estrictas y eficaces en la lucha
contra el crimen organizado, pero con ello se sacrifica el precio de ciertas
libertades. No hay grandes criminales, pero tampoco una verdadera justicia. En
estas circunstancias, bastante favorables para la destrucción de Ciudad Gótica,
Batman se hace a un lado.
Pero con la aparición del
terrible Bane, Bruce Wayne (y Batman) es forzado a salir. Más viejo, en mal
estado físico y mental, no tiene la misma convicción de la victoria que antes: es
derrotado en un primer enfrentamiento debajo de la urbe, en el sistema de
alcantarillado. Y sólo cuando se dé cuenta de que su legado, la ciudad por la
que sus padres y seres queridos sacrificaron todo, podrá volver con mayor
voluntad. Porque, en palabras de Ra´s al Ghul, “la voluntad lo es todo”.
Un héroe como Batman, mitad play boy, mitad
vigilante nocturno, no puede sobrevivir durante mucho tiempo. Cuando se es
Batman, tarde o temprano se pagarán las consecuencias en todas las formas:
físicas (cicatrices, lesiones, huesos rotos), mentales (agotamiento, traumas,)
y emocionales (culpa, aislamiento, baja autoestima). El precio es muy alto; se
le exige el sacrifico total: salud, fortuna, familiares (incluso el
incondicional Alfred lo abandona), identidad
– ¿o verdadera máscara? – y su vida. Más tarde vendrá el reconocimiento, la
apoteosis: su legado es su obra.
Y aunque su estatua en
la Oficina central del Departamento de Policía intente convertirlo en símbolo
Institucional, lo cierto es que Batman siempre actuó por fuera de la “Ley”. La aparición final
de John Blake como Robin nos sitúa ante la necesidad de un ser que esté más allá de la instituciones,
un incorruptible vigilante, que, arropado en la oscuridad, vele por un futuro
amanecer. Así el legado de Batman continuará: la imagen de modelo a seguir que
esté más allá de los juicios del día, que tenga la convicción de hacer lo
necesario cuando se requiera y que esté dispuesto a pagar el precio que ello
implica. Uno que, dentro de sus limitaciones, demuestre que podemos convertirnos
en mejores seres humanos.