No me gusta, no sólo porque no
vea telenovelas –desde hace rato dejaron de cumplir su función en mí:
entretener–, sino porque, como su función es entretener, no puede pasar por lo
que muchos pretenden que sea: un documento audiovisual histórico de la violencia
colombiana.
Su creadores: Juana Uribe y
Camilo Cano (la primera, hija
de Maruja Pachón, secuestrada por Escobar, y sobrina del inmolado Luis Carlos
Galán; el segundo, hijo de Guillermo Cano, asesinado director de El Espectador), siendo familiares de personas directamente
afectadas por Pablo Escobar, no han entendido que, a pesar de su honesta
intención de “mostrar lo que pasó, para nunca volver atrás”. Una telenovela obliga
necesariamente a la simpatía con el protagonista, lo cual en ésta es un hecho: cualquiera
de las acciones del protagonista estará ligada a ella.
Un compañero de trabajo, buena persona, excelente trabajador, con dos
hijas y ganas de estudiar, me dijo hace pocos días: “Oye, Leo, pero el man no
era malo. En el fondo tenía buenos sentimientos”. De buenas intenciones está
hecho el camino al infierno; también de buenos sentimientos.
Guillermo Cano, Luis Carlos Galán
y Rodrigo Lara Bonilla, verdaderos héroes de la democracia colombiana, se
muestran aquí en función del delincuente-protaganista; resaltando, en la vergüenza,
una falsa imagen mítica del héroe, que es interpretada erróneamente como la de un
“salvador caído”.
El formato de telenovela no se
presta para contar una “verdadera historia” de Pablo Escobar. Si la intención
es “mostrar lo que pasó”, se debió haber producido un documental, incluso uno
dramatizado. Pero en una televisión privada, dónde el rating prima, y el espacio comercial se valoriza y se vende a buen
precio, no interesa mucho que le queda al televidente, sino el margen de
ganancia.
Y la ganancia está en vender al
público el hecho de que no sólo se está entreteniendo con una producción
técnicamente bien elaborada, costosa e “históricamente” bien tratada, sino que
está observando lo que “verdaderamente pasó”. Lo cierto es que la
interpretación de la novela está ligada a la experiencia de vida de sus
espectadores. Pablo Escobar surgió desde abajo, como lo hace la mayoría de los
colombianos, y el que se haya convertido en lo que fue nos muestra que
cualquiera pudo ser Pablo. Eso es preocupante.
Pero aún es más preocupante es que
por la forma en que se realiza ésta producción, aumente la afición positiva. Así
de nuevo, lo ilegal, lo fuera de la ley, lo prohibido, la inconsciencia de las
consecuencias y el poder obtenido gracias a ello, es mostrado,
desafortunadamente, como atractivo y en un país donde el ser “vivo”, “estar en
la jugada”, “aplicarla” son los valores heroicos a imitar.