Incontables lunas habían pasado desde que un ser consciente de su mortalidad pisara la magnífica construcción.
El viejo caballero había vivido la vida de diez hombres para llegar hasta ella: enemigos derrotados, amigos perdidos y cicatrices incurables.
La Torre del Soñador se imponía en medio del valle. Una vegetación infinita se mezclaba con columnas y muros en ruinas; sus jardines secretos, con estatuas de héroes, reyes y dioses.
Entrar fue extraordinariamente sencillo. Los Creadores le sonreían o ya no les importaba.
Construida en el tiempo en que los antiguos dioses caminaban sobre la tierra, la Torre guardaba el sagrado sepulcro. Extrañamente, el caballero se sintió más liviano, más tranquilo y supo que era aquel el lugar y el momento adecuado.
Entonces recitó las palabras finales de un viejo libro, con una extinta lengua:
-Te daré la vida que el Dios de éstas tierras te negó. Esto ya pasó, y volverá a pasar.
El Caballero cayó al piso, sin vida. El cadáver dejó de soñar, y así comenzó una gesta que acabó e inmortalizó a hombres, naciones y razas enteras.
Imagen: Un Caballero en la encrucijada, de Viktor Vasnetsov (1878).
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