No todos los que vacilan están perdidos
Joseph Campbell
Se cumplen cuarenta años del Superman de Richard Donner, película que alimentó la imaginación de
generaciones, y convirtió en ícono a Christopher Reeve. La película de Superman, condensación perfecta del
personaje de Jerry Siegel y Joe Shuster entre el cómic y el séptimo arte que
hizo alucinar por años a grandes y pequeños, fue lo mejor que la industria cultural
estadounidense ofreció en su tiempo.
Estrenada el 10 de diciembre de 1978 en Washington, la
película se prometía como el acontecimiento del año, una película memorable que
contaba con actores memorables: Glen Ford (Jonathan Kent), Gene Hackman (Lex
Luthor), Marlon Brando (Jor-El), Margot Kidder (Lois Lane), quien murió en mayo
de este año, y Christopher Reeve, el eterno Superman quién ya se había ido en
el 2004.
Aquellos afortunados que pudieron ver la película en la gran
pantalla y quienes la vimos incontables veces por la televisión nacional,
fuimos testigos del despliegue técnico y artístico que la dirección de Donner,
y la producción musical del legendario John Williams nos ofrecían para darle
luz al guion de Mario Puzo.
Warner Bros. (1978)
La distancia temporal y experiencial del Superman del 78 hace que ver la película
hoy, en muchos aspectos, sea una labor de respecto a la memoria. Los efectos
especiales han envejecido y se notan muy diferentes a las mega-producciones
contemporáneas que el universo Marvel y DC nos ofrece año tras año. Además,
elementos de su trama, arropados en la ignorancia de aspectos científicos que
ahora son de mayor conocimiento, minan su verosimilitud.
Sin embargo, a mi parecer, todavía hay mensajes que el Superman
de Donner ofrece. Uno de ellos en la escena de la
muerte de Jonathan Kent, el padre adoptivo de Clark Kent.
Esa escena es bellísima por un par de razones: la primera es
la duda de Clark, quien, a pesar de su origen extraterrestre, ha sido criado
como humano y se encuentra en la etapa de la adolescencia. Este le comenta a su
padre que él puede hacer muchas cosas, entre ellas un touchdown, y le increpa si
es presumir mostrar lo que se puede hacer, como el volar de un pájaro. Es
decir, hacer las cosas que las personas normales pueden hacer, sabiéndose que
las puede hacer mucho mejor, o sea, estar en la realidad de los humanos.
Sin embargo, el padre, a pesar de que reconoce que él puede
hacer cosas asombrosas, le dice de manera afectuosa mientras lo abraza camino a
casa que, a pesar que de niño temían que se lo llevaran por las cosas que podía
hacer, él está aquí por una razón, y que, aunque no sabe cuál es, no es para
hacer touchdown. El padre no sabe el destino de Clark, pero siente que puede
ser algo más importante que el éxito o la fama individual y estéril.
Doble vacilación pero en diferentes perspectivas: la de Clark, buscando certezas para sentirse parte del mundo, y la del padre, que aunque no tiene respuesta concreta, tiene fe en un mejor destino.
Doble vacilación pero en diferentes perspectivas: la de Clark, buscando certezas para sentirse parte del mundo, y la del padre, que aunque no tiene respuesta concreta, tiene fe en un mejor destino.
Estas se convierten en las últimas palabras, pues el señor
Kent muere de un infarto. Lo que nos lleva a la segunda razón de mi favoritismo
de esta escena: la impotencia frente a la muerte, y la cotidianidad de esta. Por
muy vital que alguien parezca, la muerte le reclamará.
El dramatismo de la muerte se acentúa cuando se muestra en
un gran plano general el correr de su esposa e hijo hacia el cuerpo tendido en
el suelo en medio de la granja, arropada por la inmensidad de la representación
de los grandes campos del estado de Kansas. Escena poderosa acompañada por la
magistral banda sonora dirigida por Williams, que se conjuga emocionalmente con
la muestra del paisaje pastoril que manifiesta un tono elegiaco. Algo se ha
perdido y no hay vuelta atrás.
Una especial mención merece la música, pues ella
nos recarga el tono de la escena, ya que la imagen de la naturaleza es
indiferente a la muerte. La vida y la muerte están en el mismo plano, y, en ese momento, el joven Superman se da cuenta de que aun con su infinito poder, no puede hacer nada ante esta dualidad.