Un
provocador baile de sombras: formas desatadas por el sol en su cíclico camino
hacia las montañas. En lo más alto, el verdadero señor de estas tierras
confirma su soberanía: el Castillo del Primer Amanecer.
El
pecador –sabiendo que no hay vuelta atrás– observa lo prohibido; lo que hecho
por el hombre, no le pertenece. No puede apartar la mirada sacrílega. Después
de todo, lo divino existe para su profanación. Se dice: el mismo lugar es un
monumento para ello.
(Una
de las muchas leyendas dice que el arquitecto, ambicionando construir una obra que
sobrepasara las obras venideras –tanto de hombres como de dioses– fue castigado
con la muerte de sus tres hijos durante la construcción. Como el granito y el
mármol, los tres hacen parte de la sólida maravilla y de la tristeza del lugar).
El
pecador lo sabe: una era terminará. La eternidad es una maldición que está
dispuesto a sobrellevar si con ello cumple el destino propuesto. Lo demonios
del pasado son demasiado grandes como para no perseguir la redención. Y aún
así, el cuerpo tiembla, no por el helado paisaje, sino por el horror del
recuerdo. No hay maldición más grande que la buena memoria de los hombres
justos.
Templo del Sol en Konark, India (Wikipedia)
Templo del Sol en Konark, India (Wikipedia)