martes, 15 de septiembre de 2015

Pecados

Un provocador baile de sombras: formas desatadas por el sol en su cíclico camino hacia las montañas. En lo más alto, el verdadero señor de estas tierras confirma su soberanía: el Castillo del Primer Amanecer.

El pecador –sabiendo que no hay vuelta atrás– observa lo prohibido; lo que hecho por el hombre, no le pertenece. No puede apartar la mirada sacrílega. Después de todo, lo divino existe para su profanación. Se dice: el mismo lugar es un monumento para ello.

(Una de las muchas leyendas dice que el arquitecto, ambicionando construir una obra que sobrepasara las obras venideras –tanto de hombres como de dioses– fue castigado con la muerte de sus tres hijos durante la construcción. Como el granito y el mármol, los tres hacen parte de la sólida maravilla y de la tristeza del lugar).

El pecador lo sabe: una era terminará. La eternidad es una maldición que está dispuesto a sobrellevar si con ello cumple el destino propuesto. Lo demonios del pasado son demasiado grandes como para no perseguir la redención. Y aún así, el cuerpo tiembla, no por el helado paisaje, sino por el horror del recuerdo. No hay maldición más grande que la buena memoria de los hombres justos. 














Templo del Sol en Konark, India (Wikipedia)