Tenía prisa, por eso no lo vio, y los dos solo se pudieron contemplar en el suelo.
-¿Por qué no te fijas por donde vas, imbécil?
- Lo siento mucho -respondió sin mucho sentimiento en sus palabras.
Se observaron, y uno de ellos dijo:
-Hay personas que si tienen cosas que hacer. Éste día no puede ser peor, ya quiero que se acabe.
El otro se levantó, le dio la mano al responsable de la otra mitad del "accidente", pero fue en vano, lo ignoró, y se puso de pie de muy mala gana.
-No eres consiente de lo que dices. Si tanto deseas que se acabe el día, éstas deseando que el tiempo avance, y con ello la degradación de todo: estas deseando la muerte.
Después de esas palabras, el deseo se hizo realidad.
Imagen: El Ángel de la Muerte, de Evelyn De Morgan (1881)
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