miércoles, 25 de enero de 2012

El paraíso violado

La muerte de un hombre abaleado en la Plaza de San Diego no ha sido solo la muerte de un hombre, también ha sido la violación de un santuario, uno que parecía inexpugnable.

Los acontecimientos: un hombre se acerca, apunta con un arma, y aprieta el gatillo cinco veces.

El resultado: el aniquilamiento y olvido eterno de un primer beso, un último hasta luego, una noche de sexo, innumerables pensamientos, sensaciones, recuerdos, frustraciones, errores, la vida.

En el desarrollo de la noticia se disparan las opiniones sobre si era “inocente” o no, si la debía o no. Pues me importa mil culos si debía una “vuelta”, si era un “ajuste de cuentas”, si era un narco, si era judas, o la reencarnación de Hitler. Porque el hecho no es si era culpable o no de atentar contra la sociedad, sino la ejecución del más vil de los actos criminales, sin consecuencias, sin ley, en el lugar más simbólico – por su diversidad – en Cartagena.

Pero ¿Qué tiene de especial asesinen a alguien en la Plaza de San Diego? ¿Acaso en el resto de la ciudad no mueren personas? ¿Valen más las personas  en San Diego que en los Caracoles, el Socorro, Las Gaviotas?

Bueno, lo especial de La Placita es la cantidad, diversidad, y calidad de personas que a diario se reúnen para compartir ideas, experiencias, pensamientos, arte, o “hablar paja”. No hay lugar tan estratégico en Cartagena dónde tantas personas –mayoritariamente jóvenes –, y tan distintas (los hay literatos, filósofos, historiadores, abogados, músicos, artistas, profesores, profesionales, vagos, roqueros, raperos, de todas partes de la ciudad, y quien sabe que más), puedan compartir tanto, sin jerarquías, sin mando y espontáneamente. Es la máxima representación de la convivencia pacífica de las ideas y su compartir en la cada vez más desgraciada e invivible Ciudad.

Por eso, la violencia que se ejerció ese martes en la plaza, fue un acto mayormente violento, simbólico, hacia todos los que participamos en ese frágil ejercicio de eso que vagamente creemos vivir, la democracia.

Y la pregunta es ¿hasta cuándo?, ya tan repetida, ya tan aparentemente vacía. Hasta cuando los hijos de mil putas, los violentos, y los ineptos de arriba decidirán como debemos vivir y morir. Si a las Instituciones de esta Ciudad les quedó grande la tarea de respondernos, pues será prenderles fuego y formar otras. 

Por ahora, cuando regrese, pienso tomarme una cerveza en la Plaza, pensar que puedo hacer además de escribir, y  negarme de forma terca a aceptar que la violencia gane la guerra en Cartagena, y en ese último bastión, la Placita. 

domingo, 22 de enero de 2012

Defendiendo lo indefendible: sobre la crueldad animal y la “Fiesta Brava”



Últimamente se ha disparado el debate sobre la crueldad animal, especialmente en la “Fiesta Brava”. Lo anterior me llama la atención porque me hace preguntar por lo que se conoce como “crueldad” animal, y hasta qué punto consideramos algo cruel.

La semana que pasó – y todavía en este fin de semana –, las fiestas taurinas en Colombia se han celebrado bajo un fuerte cuestionamiento de parte de un sector de la población, uno cada vez más grande y más joven. Tanto ha sido, que figuras políticas de la talla de Gustavo Petro, han manifestado el llamado a un debate sobre las fiestas de toros.

Ahora, muchas son las razones a favor y en contra de la tauromaquia, pero la cuestión de la “crueldad animal” es lo que me causa mayor curiosidad.

En la película de Disney,  Los 101 Dálmatas (1961), Cruella de Vil quería a los cachorros dálmatas para hacer un abrigo. Claro, es la cara maléfica de la moda, y del mercado. Ella quiere una piel “hermosa”, que esté a la altura de lo que se consideraba: una mujer sofisticada y moderna.

En el siglo XXI, un capítulo de Futurama –no recuerdo cual –, un grupo de activistas era reprendido por su líder al aplaudir, ya que los aplausos podrían afectar a formas de vida a nivel celular.

Dos extremos: la “crueldad” por la moda; la paranoia en salvar a todos los seres vivos.

En las corridas de toro la realidad es mucho más compleja de lo que se muestra. Detrás de las corridas –y con ello la muerte del toro –, no solo hay un tradición de siglos, en la cual hay una serie de rituales de prueba, iniciación y paso en el torero, sino que inclusive, hay todo un arte alrededor de ello, desde el cómo debe ser la elaboración y colocación del traje, hasta de la selección, creación y crianza del toro.

Algo nos pasa cuando no escandalizamos y damos golpes de pecho por la fiesta brava, pero no con las compañías productoras de carne. Al debate le falta algo. ¿Por qué se defiende un tipo de “crueldad” y mientras la otra no? ¿Hay crueldad válida? ¿No es válida la crueldad porque son animales inteligentes? ¿Porque “se parecen” a nosotros merecen mejor destino? En ese sentido, ¿Si merecen crueldad los animales que no son “iguales a nosotros”?  Y si vamos al extremo, ¿Comer animales nos hace crueles? ¿Está bien utilizar sus partes para labores de la vida diaria? 

Caballero incluso afirma que “Todos los animales padecen dolor por culpa de los hombres. Y todos mueren. Solo la muerte inevitable de los toros es digna: en la pelea. No en la ejecución infame y sin defensa a la que son sometidos todos los demás.”

Es más, puede que de fondo no esté la cuestión de la "crueldad" en sí, sino el que se nos muestre, el que podemos observarla, verla, el que nos recuerden que existe, que es inevitable: tal vez es eso lo que nos incomoda. 

Imagen: "Toros y Toreros" de Pablo Picasso

martes, 10 de enero de 2012

Jugando de cartón

El “Paro Armado” decretado por  “Los Urabeños” y que afectó menos seis departamentos del norte del país, demuestra, una vez más, el poder que tienen los grupos ilegales.

Las reacciones no se hicieron esperar. Una de las primeras declaraciones del Gobierno al respecto fue la del Ministro del Interior y de Justicia, Germán Vargas Lleras. En ella, nombraba dicha acción como una “retaliación”, causada por la muerte del líder de Los Urabeños, Juan de Jesús Úsuga, alias ‘Giovanni’. Además, las autoridades estatales desplegaron un operativo de seguridad que contó con la participación de cientos de hombres del ejército y la policía para garantizar la seguridad de la población, incluyendo, la opción de acompañamiento en caravanas para que los trasportadores pudieran desplazarse. Incluso, se afirma haber capturado 28 personas supuestamente implicadas en el hecho.

Ahora, todo lo además estaría bien, si no fuese por un punto: el “Paro” nunca debió ocurrir, aunque su realización, a la luz de la historia, no sorprenda.

La zona más afectada, el Urabá antioqueño, a pesar tener una fuerte presencia militar, ha sido también una de las zonas donde más fuerte se desarrolló el paramilitarismo. Las denuncias sobre la colaboración entre la policía, las fuerzas militares, la Infantería de Marina, y los Paramilitares no son escasas: se habla de asesinatos selectivos cerca de la estación de policía de Turbo; de que Éver Veloza, alias ‘H.H.’ viviera en 1995 a 1996 a media cuadra de la misma estación; de “operaciones” conjuntas entre paramilitares y fuerza pública; de altos mandos implicados (como el del brigadier General Rito Alejo del Río, del cual se denuncia, tenía una buena amistad con Carlos Castaño). Inclusive se afirma que la Infantería de Marina apagaba los radares que se utilizaban para el control de la salida de drogas.

Es decir, hablamos de una zona que en la historia reciente del país, representantes del Estado, han colaborado en conjunto con grupos al margen de la ley beneficiados por un gran flujo de dinero, producto del narcotráfico, y que son responsables de asesinatos y crímenes de lesa humanidad.

Otra cuestión que debemos tener en cuenta es la ejecución del “Paro”. Este se “convocó” el miércoles en la noche, y con una capacidad asombrosa se disipó en los municipios de Chigorodó, Carepa, Apartadó, Necoclí, Arboletes, Los Córdobas; e incluso, ciudades como Santa Marta y Medellín vieron afectados el comercio, que cerró por temor.

Esto demuestra un poder abrumador en cuanto a la organización y ejecución de actos criminales, lo que deja en claro que se está distante del derrocamiento de las llamadas Bacrim. Además, también demostraron que pueden coaccionar la población civil, la cual, impotente ante los actos de violencia, e incapaz de confiar ante la seguridad que afirma ofrecer el Estado, no puede hace otra cosa que ceder ante la amenaza y el miedo.

Lo cierto del caso –y tal vez lo más grave –, es que se ha interiorizado tanto el miedo, que se convive con él. Un periódico de Montería registraba en su titular “Córdoba Sitiada”. Yo diría que lo anterior demuestra que nuestra libertada está “sitiada”: trabajamos, comemos, hablamos, vivimos bajo el sitio del miedo. 

Recuerdo que de niño, cuando quería jugar con niños más grandes, te dejaban “jugar de cartón”. Es decir, creía participar del juego, pero no valían lo que hacía: no tenía voz, no tenía voto, no podías reclamar, y no importaba si estaba presente o no. La situación actual hace preguntarme: ¿Jugamos de cartón a ser ciudadanos? ¿El Estado juega de cartón a garantizar la seguridad? ¿Estamos jugando de cartón a la democracia? ¿Vivimos en un “Estado de Cartón”? Yo creo que ya es hora de jugar en serio.

Imagen: "El pequeño hombre de cajas de cartón" de Oishii.