domingo, 29 de julio de 2012

"The Dark Knight Rise": el legado del héroe


Hablar sobre The Dark Knight Rises (2012) de Christopher Nolan es referirse a uno de los filmes de superhéroes más complejos y mejor elaborados de la historia del cine. Dirección y producción –que supera la nada despreciable suma de 200 millones de dólares–, marketing, e incluso los desafortunados eventos ocurridos en el estreno de Colorado, se constituyen en elementos de su configuración particular. Pero me gustaría señalar, en este caso, algunos puntos de la trama que me son de especial atención: en su conjunto forman un laberinto de situaciones y contextos nada sencillos que el Caballero Oscuro deberá enfrentar para superar su senda heroica.   


Lucha de Clases

Desde que Marx y Engels expusieran la noción “lucha de clases” en su Materialismo histórico (1859), ésta ha sido uno de los ejes centrales más debatidos desde diversos sistemas políticos, filosóficos, económicos y sociales. Pone de manifiesto la existencia de un conflicto, de una tensión entre diferentes facciones de una sociedad. En The Dark Knight Rise, este conflicto se manifiesta entre las clases dirigentes y opulentas de Ciudad Gótica y las clases menos favorecidas.

Años de lucha contra el crimen organizado han hecho de Gótica una ciudad más segura, pero ello no se ha traducido en una prosperidad para la mayoría de los ciudadanos, pobres y desprotegidos. Bane (interpretado por Tom Hardy) lo sabe, y forma el grueso de su ejército con ellos. No es para nada gratuito que haya puesto en jaque a la ciudad él solo. En realidad, Ciudad Gótica contaba con todas las condiciones ideales para que alguien como él lo hiciera.

Instituciones Fallidas

“Hay una tormenta acercándose. Más vale que usted y sus amigos se preparen, porque cuando llegue no van a entender cómo pensaron que podían vivir así y dejar tan poco para el resto de nosotros”. Palabras de Selina Kyle (Catwomen) a Bruce Wayne (Batman), durante una lujosa fiesta. Las instituciones, ciertamente, han fallado; la confianza de los ciudadanos no se encuentra representada en el Gobierno; la fuerza pública está infiltrada, y después de la “toma” de Bane, el Estado abandona la ciudad a su suerte. De hecho, el íntegro detective John Blake renuncia a la policía, ante el sacrificio de Batman, tan distinto a las acciones de la fuerza pública, que prohíbe el escape de un grupo de niños fuera de la ciudad amenazada.

El Enemigo como Maestro



Al igual que Ra´s al Ghul, en Batman Begins (2005), y en cierta medida el Guasón, en The Dark Knight (2008), Bane justifica sus acciones como una forma aleccionadora sobre el mundo. Bane no se ve a sí mismo como un criminal: el dinero, las joyas y el tráfico ilegal no son su principal interés; son un medio. Desea que su legado, sus enseñanzas, sean mostradas al mundo. En este caso, el fin de una Ciudad Gótica corrupta, decadente e injusta, que debe expiar sus “pecados”.

El legado del Héroe

Ocho años han transcurrido desde que Batman fuera visto por última vez. Encubierta la verdadera causa de la muerte de Harvey Dent, se aplican leyes más estrictas y eficaces en la lucha contra el crimen organizado, pero con ello se sacrifica el precio de ciertas libertades. No hay grandes criminales, pero tampoco una verdadera justicia. En estas circunstancias, bastante favorables para la destrucción de Ciudad Gótica, Batman se hace a un lado.

Pero con la aparición del terrible Bane, Bruce Wayne (y Batman) es forzado a salir. Más viejo, en mal estado físico y mental, no tiene la misma convicción de la victoria que antes: es derrotado en un primer enfrentamiento debajo de la urbe, en el sistema de alcantarillado. Y sólo cuando se dé cuenta de que su legado, la ciudad por la que sus padres y seres queridos sacrificaron todo, podrá volver con mayor voluntad. Porque, en palabras de Ra´s al Ghul, “la voluntad lo es todo”.



Un héroe como Batman, mitad play boy, mitad vigilante nocturno, no puede sobrevivir durante mucho tiempo. Cuando se es Batman, tarde o temprano se pagarán las consecuencias en todas las formas: físicas (cicatrices, lesiones, huesos rotos), mentales (agotamiento, traumas,) y emocionales (culpa, aislamiento, baja autoestima). El precio es muy alto; se le exige el sacrifico total: salud, fortuna, familiares (incluso el incondicional Alfred lo abandona),  identidad – ¿o verdadera máscara? – y su vida. Más tarde vendrá el reconocimiento, la apoteosis: su legado es su obra.

Y aunque su estatua en la Oficina central del Departamento de Policía intente convertirlo en símbolo Institucional, lo cierto es que Batman siempre actuó por fuera de la “Ley”. La aparición final de John Blake como Robin nos sitúa ante la necesidad de un ser que esté más allá de la instituciones, un incorruptible vigilante, que, arropado en la oscuridad, vele por un futuro amanecer. Así el legado de Batman continuará: la imagen de modelo a seguir que esté más allá de los juicios del día, que tenga la convicción de hacer lo necesario cuando se requiera y que esté dispuesto a pagar el precio que ello implica. Uno que, dentro de sus limitaciones, demuestre que podemos convertirnos en mejores seres humanos.

jueves, 5 de julio de 2012

Eres mía, solo mía


No conocí a Angélica Gutiérrez Marín. Nunca había escuchado de ella: no había razones. Sólo después de su muerte supe que era conocida de personas conocidas, de un vecino, de una tía, de un primo ( a veces se nos olvida que en Cartagena estamos más relacionados de lo que lo creemos).

El caso es que el aberrante ataque a Angélica –que la llevó a la muerte horas después– movió a gran parte de la sociedad cartagenera a clamar por la captura del responsable: Diego Piñeres, que luego resultó llamarse Jhon Jairo Echenique, y más tarde, ser un desmovilizado de las FARC.

Nos rasgamos las vestiduras cuando estos acontecimientos suceden. Palabras de indignación, acompañamiento multitudinario en sepelios, manifestaciones de protesta en contra de la violencia contra la mujer; pero las políticas, comportamientos, o acciones para detener éste tipo de conductas, quedan siempre a medias.

Quedan a medias porque, aunque hay progresos en materia jurídica, la violencia no disminuye. A pesar de que la actitud generalizada en la población sea de condena o de golpes de pecho, nos lavamos las manos. “¿Por qué sucede esto?”“¡Fueron ellos!”, “No fue mi culpa, ni su culpa, ni nuestra culpa”, “Esto no tiene explicación” “¡Estaba loco!”, “¡Estaba enfermo!”.

Pero en Colombia todos estamos locos y enfermos –unos más que otros–, y lo estamos porque vivimos en un país acostumbrado a la sangre. Todos los días hay violencia por violencia. No necesitamos excusas; casi cualquier pretexto es bueno para explotar contra algo, contra alguien.

Esta vez la tragedia le tocó a Angélica. La excusa: la demostración más extrema de una de las posiciones más permisivas de nuestra sociedad: el machismo. Esa manera de pensar sobre la mujer como extensión del hombre, como propiedad. Machismo presente en la forma de hablar en casa o en el trabajo, de mirar, de “amar”, porque hoy lloramos a Angélica, pero mañana seguiremos cantando a todo pulmón “El dilema”, de Silvestre: Y la quiero tanto que cuando me besa se me va la vida […] sólo quiero hacerla mía, más mía, sólo mía.”