Un día como hoy, el 22 de junio de 1940, nació el director de cine Abbas Kiarostami, uno de los grandes cineastas de la historia, y uno de esos directores, que seguramente, es de los favoritos de tu director favorito.
En honor a su natalicio, unas líneas en relación con una idea que me ha parecido recurrente después de ver algunas de sus películas: la distancia que tenemos con el mundo, y como podemos reconciliarnos con este.
Martin Scorsese afirmó que en los filmes Kiarostami encuentra “… esa pureza [del cine] de nuevo”, y que “…fue como una purificación pasar tiempo con el espíritu de esas películas, esos mundos”, y añade que, “El espíritu del arte, que me hace ver a la gente del mundo de una manera nueva, refrescante y esperanzadora”. Es mi parecer que esa purificación que observa Scorsese hace parte de esa relación que compone Kiarostami entre el sujeto y el mundo que habita.
Y esto se puede observar en tres de sus películas: “¿Dónde está la casa de mi amigo?” (1987), “El sabor de las cerezas” (1997) y “El viento nos llevará” (1999).
En “¿Dónde está la casa de mi amigo?”, por ejemplo, tenemos a nuestro pequeño héroe, Ahmed, de ocho años, en un trascendental viaje para que no expulsen del colegio a su amigo, Mohammad.
La película reflexiona sobre cómo lo que preocupa a los niños nos puede resultar tan indiferente a los adultos, y que, al mismo tiempo, podemos olvidarnos de esas pesadillas pasadas de cuando éramos infantes: la angustia de no poder cumplir un deber, de no ser escuchados por padres y adultos en general, de no encontrar algo, o de desobedecer una orden, o, incluso, de tener que elegir entre dos o tres tipos de poderes o jerarquías (familia, escuela y sociedad).
La distancia aquí para Kiarostami se representa de diferentes maneras: generacional, moral y entre lo nuevo y lo tradicional. Y, en el medio, un joven héroe que tiene que transitar estas distancia para poder cumplir un deber. En ese sentido, Ahmed muestra en la moral del cumplimiento de un deber tan sencillo, pero al tiempo, grave, próximo y real (entregar el cuaderno a su amigo para que no lo expulsen) lo que permite lidiar la distancia. Cumplir un deber porque es lo correcto nos reconcilia con el mundo.
Por otro lado, en “El sabor de las cerezas”, nos encontramos con el Sr. Badii y su búsqueda de alguien que lo entierre en la posibilidad de un suicidio.
Sin explicarnos la razón de su decisión, sabemos que es grave porque la búsqueda de alguien que visite el lugar donde piensa quitarse la vida toma toda la película. En dicha búsqueda se encuentra con tres perspectivas, tres discusiones sobre la vida y la muerte. Es una letanía fílmica sobre el suicidio y su proceso. Donde el suicidio no es representado como algo espontáneo y producto de una súbita emoción, sino como un evento donde hay que organizar, buscar y racionalizar los pasos para llevarlo a cabo, mientras se confronta con diferentes posturas ideológicas.
En ese sentido, en la distancia se muestra las posturas ideológicas sobre el suicidio, y lo diferentes que pueden ser. Suicidarse o no, porque es o no es un deber; suicidarse o no, porque el cuerpo y la vida, le pertenece a Dios o al individuo; suicidarse o no, porque los problemas son para todos los hombres.
Asimismo, la constante repetición de frases ya sea por el sonido ambiente, o porque los personajes se muestran lejos unos de otros, o con algo en medio (como una ventana), acompañan esa sensación de incomunicación en las posturas.
El filme parece querer reconciliar esta distancia con el mundo, o, en el menor de los casos, hacer dudar la resolución del protagonista, en la idea de observar el mundo y sus detalles. Tanto que, algo tan pequeño, como el sabor de las cerezas, puede hacer cambiar la postura de alguien si este se detiene a saborear, a observar, y a contemplar.
Finalmente, en "El viento nos llevará”, vemos el viaje de un realizador, el señor Behzad, de Teherán a un pueblo del Kurdistán iraní para poder documentar un rito funerario. En la espera de que la persona muera, el “ingeniero”, como es llamado por la comunidad, pasa su tiempo entre los habitantes de la aldea y sus historias, entre las idas y venidas del pueblo (lugar de los vivos) al cementerio (lugar de los muertos), visto que, es el único lugar cerca donde por la altura, la señal de su celular puede recibir llamadas.
La distancia aquí se manifiesta en doble sentido. El primero, en el hecho de que, como documentalista, ya de antemano se representa una línea entre el “el yo que documenta” con el “otro que es documentado”. Tanto así, que, por ejemplo, hay una escena donde una habitante le dice que está prohibido que le tome fotografías, a pesar de la insistencia del protagonista. Y segundo, la distancia que se manifiesta en la búsqueda de un lugar donde la señal telefónica pueda ser captada para poder comunicarse con la ciudad. Distancia simbólica del lugar donde está, distancia física y comunicativa del lugar donde viene.
Kiarostami aquí muestra una idea de reconcilie cuando el realizador tiene encuentros sinceros con varios de sus habitantes. Con un niño, con un doctor, con la arrendataria, y con un cavador de tumbas. En esa medida, pareciera dejar la distancia del ser realizador, para interesarse genuinamente por lo que acontece en la vida de sus habitantes.
Si pudiéramos elegir una figura mítica para esto, podríamos ver entonces a Sísifo en diferentes versiones: Sísifo del deber, del niño que intenta entregar una tarea; Sísifo suicida, en la búsqueda de un testigo y resolución de su muerte; un Sísifo documentalista, que se debate entre documentar y observar. Un esfuerzo permanente, que a veces raya en lo absurdo, pero que, desde una perspectiva de Kiarostami es posible el arreglo.
Tres películas donde es posible encontrar esa cercanía, ese acercamiento, una especie de reconciliación con el mundo. Tal vez por eso Scorsese señalaba que Kiarostami le hace ver la gente de una manera esperanzadora, porque en estas historias, la esperanza está ligada al hecho de habitar el mundo: desde lo moral en hacer lo real-correcto; en la contemplación del mundo con la belleza en sus detalles; y en la comunicación con el otro, muy a pesar del mundo mismo, de sus distancias, fronteras y problemas.