Un vendedor ambulante, hombre negro de mediana edad, se sube en la buseta en la que voy y reparte sus dulces en silencio. No dice que no está robando, que tiene familia que alimentar, que tiene que comer, nada de eso, y aún así, ya los pasajeros lo sabemos. Entrega sus "fruticas", dice el precio de forma casi ininteligible , recoge sus dulces y dinero, se baja.
Entonces recordé a todos los vendedores, casi todos afrodescendientes, y pensé lo que los tenía vendiendo dulces: la falta de educación de calidad, de trabajo bien remunerado, de oportunidades de entrar en un bienestar, en un proyecto humano de ciudad.
Porque los barrios donde se concentra la mayor pobreza y exclusión pertenecen a una mayoría afro. El racismo político, económico y cultural está ahí, sigue tan presente y silencioso como el vendedor de dulces de hoy.